La maestra les pidió a los niños que escribieran un relato de 250 palabras. Escribió Pepito: "El otro día iba con mi papá por la carretera. Yo le había dicho que le pusiera gasolina al coche. Él me respondió que no era necesario, pues traía suficiente. Pero varios kilómetros antes de llegar se acabó la gasolina. Tuvimos que caminar muchos kilómetros hasta llegar a una gasolinera... Hasta aquí van 50 palabras. Las otras 200 son las que dijo mi papá mientras caminábamos por la carretera, pero ésas no las puedo yo poner aquí"... Vivía en el puerto una muchacha de las que comercian con su cuerpo. Ventajoso comercio es ése, ciertamente, pues después de vender la mercancía la vendedora se queda con ella. La dicha fémina tenía un lorito en su departamento. Y tenía también un amigo marinero que la visitaba cuantas veces su barco llegaba al puerto aquel. Cierto día la perendeca se levantó cuando salía el sol, y le quitó a la jaula del perico el lienzo con que solía cubrirla por la noche. En eso su teléfono sonó: era el marino. Le avisaba que estaba ya en el muelle, y se dirigía a visitarla. Para que el cotorrito no viera lo que iba a suceder la muchacha cubrió otra vez la jaula con el lienzo. En la oscuridad exclama el loro: "¡Caramba! ¡Con la llegada del invierno los días se acortan cada vez más!"... Algo se puede afirmar con certidumbre cuando se habla de la globalización: es inevitable. Como al progreso, nada la detiene. Los llamados globalifóbicos son gente que no se ha dado cuenta todavía de que ya existe el jet. Si ningún hombre es una isla -Donne lo dijo- menos aún puede serlo una nación. Hemos de aprender, por lo tanto, no sólo a lidiar con la globalización, sino también a aprovechar sus beneficios. Por muchos motivos México puede obtener ganancia de los procesos globalizadores. Entre otras cosas, tiene como vecino al país más rico de la Tierra. Ya que no podemos vencer a la globalización unámonos a ella, y hagamos de ese inevitable fenómeno mundial un impulso más para llegar a la modernidad. Yo, por ejemplo, cada día me globalizo más: después de esta temporada en que tanto se come, y tan sabroso, voy a acabar bien globalizado... El vecino del carnicero lo acusa: "Usted fue el que se robó mi perro". "¿Por qué lo dice?" -inquiere el otro. Responde el individuo: "Salí a buscarlo, y cuando llamé: ‘¡Firuláis! ¡Firuláis!’, esas salchichas se movieron"... Un hombre recibió la visita de su mejor amigo, y lo invitó a pasar la noche en su casa. Como no había otra cama, y ni siquiera un sofá, el visitante tuvo que compartir el lecho en que dormía el hombre con su esposa. El anfitrión se durmió inmediatamente, circunstancia que la mujer aprovechó para insinuar al visitante que se refocilaran juntos. "No soy capaz de hacer tal cosa -dice el otro-. Tu esposo es mi mejor amigo, y yo tengo principios y valores. Además podría despertarse". "No se despertará -asegura la mujer-. Duerme como un diputado en la sesión. Si no me crees arráncale un vello del pecho, y ya verás que ni se mueve". Le arranca el vello el hombre, y el esposo, en efecto, no se despertó. Entonces el tipo y la mujer yogaron juntos. Poco después la señora repitió la invitación. El sujeto, por ver si su amigo seguía bien dormido, le arrancó otro vello. Como no hubo respuesta vino una segunda refocilación. Pasó un rato, y otra vez la señora pidió un nuevo encore. Para asegurarse del sueño del esposo el visitante le arrancó un tercer vellito. En eso habló el marido, y dijo: "Querido amigo: no tengo inconveniente en que folles cuantas veces quieras con mi esposa. Pero, por favor, no uses mis vellos para llevar la cuenta"... FIN.