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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Armando Camorra

Este día los más pobres entre los pobres se hacen ricos, y los más santos entre los santos ponen humanidad en lo divino. Este día San Francisco pedía en Asís que se diera doble ración de pienso a la mula y el buey, los más humildes hermanitos del convento; y este día Santa Teresa de Ávila, varona fuerte y rígida, bailaba con sus hijas en torno del nacimiento, cantaba villancicos, y hacía sonar las castañuelas. Hoy celebramos la otra Resurrección: la nuestra. Somos nacidos al amor por el Amor. El día de Navidad nacemos todos otra vez. Por un hombre se perdió el hombre; sólo por otro hombre podía encontrarse otra vez consigo mismo y volver a la casa que dejó. Dios se hizo humano para divinizar al hombre. El Padre se hizo hermano, y a todos nos hermanó en una común fraternidad. Por eso nuestras guerras son siempre fratricidas; por eso nuestros odios, nuestras envidias y nuestras mezquindades, nuestras indiferencias y nuestro desamor son todos contra un hijo de nuestro mismo padre. Son contra nuestra propia carne y sangre; contra nuestra alma y nuestro corazón. En esa hermandad universal estamos juntos. Entonces cualquier acción que tienda a la discordia; a poner división entre los hombres; a separarlos por causa de su origen, de su fortuna, de su raza, de su pensamiento, de su persona, de su manera de adorar a Dios, es una acción contra ese Dios que se hizo hombre, y al hacerlo unió a todos los hombres -a todos, buenos y malos, justos y pecadores- en su paz y su amor. El nacimiento del niño de Belén es el nacimiento de una nueva humanidad. Por eso cada año recordamos el milagro de aquella noche milagrosa. El anuncio del prodigio comienza con estas palabras que siempre quisiéramos oír: “No tengáis miedo”. Me explico esas palabras: en el Antiguo Testamento el hombre temía a Dios y a sus heraldos, mensajeros de divinos castigos y venganzas. Ahora, en cambio, el ángel anuncia un Evangelio, una buena noticia. “He aquí que os ha nacido un Niño”. Eso quiere decir que el Niño nos ha sido dado; ha nacido entre nosotros y para nosotros. Su Madre es nuestra madre; por Ella misma sabemos lo que pasó en Belén. Sus palabras las recogió San Lucas, aquel hombre magnífico que fue médico, artista -pintó el retrato de la Virgen- y escritor que oyó de labios de la madre el relato de la Natividad. “... María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón...”. Meditaba también, seguramente, las cosas del futuro, entre ellas el sufrimiento y el dolor, parte también de la común herencia humana. Ella sabía; ella lo sabía. Junto a la cuna vio la cruz; la pena estaba ya presente en su alegría. Por eso es admirable su corazón de madre; por eso las madres se reconocen en Ella; por eso en Ella vemos a nuestra propia madre. Asistamos entonces, este día, a nuestra Navidad. Nazcamos en Aquél que nos nació, que nos fue dado para quedar en nosotros para siempre. Pongamos paz en nuestros corazones a fin de poder llevar a los otros esa paz. Alegrémonos, para dar alegría a los demás. Hagamos de nuestro corazón otro pesebre humilde; seamos posada para que llegue a nuestras almas el amor, y que en nosotros viva. Si eso hacemos quizá suceda otro milagro: que un ángel llegue al Padre y le diga las mismas palabras que a nosotros nos dijo en Navidad: “He aquí que os ha nacido un niño”. Que ese recién nacido sea cada uno de nosotros; que todos juntos nazcamos a la paz, al bien, al perdón, a la reconciliación. Sea esta Navidad un regalo de amor para nosotros, y seamos también nosotros una Navidad que se da a los demás como reflejo del Amor que este día vino al mundo... ¡Feliz Navidad!... FIN.

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