El cuento llamado “Tanto monta, monta tanto...” aparecerá aquí el día último del año. Esa historieta es la más desaforada de cuantas aquí han aparecido en el curso del año que se va. La leerán mis cuatro lectores y pensarán en el extremo a que ha llegado la decadencia de Occidente, incluido en ese rumbo El Moquetito, Tamaulipas y otro poblado tamaulipeco también de nombre raro, pues se llama Tres Palos. Al parecer ese nombre le vino de tres árboles secos cuyos troncos, desnudos de ramazón, se veían a las afueras del lugar. Cierta maestra a quien le tocó ir a trabajar en un remoto villorrio fronterizo de ese estado le pidió al líder sindical que la acercara más a la ciudad. Preguntó el dirigente: “¿Qué le parece...?”. Y mencionó el nombre de aquel pueblo. “Seis que sean -respondió la profesora- con tal de que me cambie de adscripción”. No se pierdan mis cuatro lectores aquel tremendo chascarrillo que arriba mencioné, cuya publicación, el 31 de diciembre, será adecuado epílogo a la serie de abigarradas badomías que a las prensas he dado en el curso del año que se va... No sé si la Navidad reactive la fe, pero estoy seguro de que reactiva la economía. En estos tiempos ése es un gran milagro. Sólo por eso las fiestas navideñas deberían ser bienvenidas. Lo mismo ha de decirse del Día del Amor y la Amistad, del Día de la Madre, del Padre, y en general de todos los festejos que llevan a hacer regalos. En primer lugar eso hace que se junten las familias y los amigos. Y en segundo, aunque los espíritus de consistencia estoica hablen de consumismo, las compras que se hacen contribuyen a la generación de empleos, aunque sea en China, lo cual disminuye el peligro de una Tercera Guerra. Así las cosas, comprar una corbata para regalar contribuye a los esfuerzos por la paz mundial. Para mí es una fiesta que haya fiestas. De todas derivo gozo y diversión. Las de carácter religioso están en vías de desaparecer. ¿Quién se acuerda ya, por ejemplo, de celebrar aquel Jueves de Corpus, con sus antiguas procesiones y sus mulitas del recuerdo; o el día de San Juan con sus remojos; o la bendición de los animalitos el día de San Antonio; o la quema de Judas el Sábado de Gloria? Nos quedan sólo el 12 de diciembre, la Navidad y Reyes para volver los ojos a la altura, pues hasta la Semana Santa perdió ya su santidad. Conservemos, entonces, las fiestas religiosas y profanas que todavía sobreviven a las prisas y las indiferencias de estos tiempos, y alégrese nuestro corazón en ellas, lo mismo que en las de reciente aparición, así sean invento de la mercadotecnia. De ese gesto -y de ese gasto, si se hace con prudencia- depende en buena parte que todavía podamos vivir en paz... Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, se compró un pantalón de lana virgen. Le pregunta una amiga: “¿Cómo sabes que es de lana virgen”. Responde Nalgarina: “Porque cuando me lo pongo se me cierran las piernas”... Orco, el gigante del circo, medía más de 2 metros y medio de estatura. Cierto día estaba atrás de la carpa desahogando una necesidad menor cuando lo vio Piccolina, una de las enanitas que también trabajaba ahí. “¡Qué maravilla! -exclamó la diminuta mujer llena de admiración-. ¡Todo lo tienes proporcionado a tu tamaño! ¿Me permites ver más de cerca tus preciadas posesiones?”. Orco se turbó un tanto, pero se sintió halagado, de modo que accedió a la petición de la pequeña. Fue ella, trajo una escalera y subió hasta la altura conveniente. “¿No te molestas -le preguntó al gigante- si tomo en mis manos lo demás para apreciar mejor sus proporciones?”. El gigantón, confuso, volvió a acceder a la demanda. Entonces Piccolina asió fuertemente con ambas manos la doble parte de Orco y le dijo en tono de amenaza: “¡Ahora sí, grandote! ¡Entrégame la cartera o salto!”... FIN.