Dulciflor y Gerineldo, recién casados, tenían una frase en clave para decirse, incluso en presencia de la gente, que cuando se encontraran a solas harían el amor. Él le proponía a ella: "Mi cielo: ¿qué te parece si al llegar a casa jugamos un pokarito?". Dulciflor sonreía: pensaba en el otro juego, considerablemente más divertido que el poker. Una noche fueron a una fiesta. Al regreso ella se sentía cansada, con cierto dolorcillo de cabeza. Gerineldo, en cambio, iba achispado a causa de dos o tres jaiboles que se había tomado, y estaba ansioso por gozar el éxtasis de la mutua entrega y posesión. Así, le dice a su adorada la consabida frase: "Mi amor: ¿jugamos un pokarito?". Dulciflor, como lo dije, estaba fatigada y sufría aquella leve cefalalgia que mencioné igualmente, de modo que respondió, también en términos de poker: "No. Paso". Él se mortificó, y mucho. Nunca antes había sido rechazado por su esposa en forma tal. Con disgusto se fue a la cama; ella también entró en el lecho. Ni siquiera se dieron las buenas noches; se acostaron espalda con espalda, como águilas alemanas. Allá en la madrugada ella despertó con una extraña sensación de remordimiento de conciencia. Se dijo, pesarosa: "¡Qué error tan grande cometí! ¡Mi maridito es tan bueno conmigo, tan complaciente siempre; y yo lo hice objeto de un rechazo que seguramente le dolió! Veré si puedo remediar esta equivocación". Le dio un besito en la frente a Gerineldo, para despertarlo. Nada. Le dio un beso en la mejilla. Nada... Lo besó en una orejita. Nada... Le dio un beso en los labios. Nada... Un beso en el cuello. Nada... Un beso en el hombro. Nada... Un beso en el pecho. Nada... Nada... Nada... De pronto él se dirige a ella con irritado acento: "¿Qué quieres? -le pregunta-. ¿Por qué me despiertas?". "Mi cielo -le dice ella con su más dulce, humilde voz-. ¿Jugamos un pokarito?". Gerineldo recordó la áspera respuesta que ella le había dado, y contestó en los mismos términos: "No. Paso". Entonces ella levanta la sábana, le mira la región correspondiente y exclama muy asombrada: "¿Con ese juegazo pasas?". (No le entendí)... Desde siempre los mexicanos hemos puesto nuestra esperanza en el petróleo. Pensamos que ese recurso es panacea de nuestros males; remedio a todos los problemas de economía que sufrimos; aval, garantía y seguro para el mañana. Pero el petróleo, recordemos, está sujeto a las variantes del mercado internacional -sin excluir de ese mercado al Moquetito, Tamaulipas-, y además es recurso no renovable que en cualquier tiempo se puede agotar. Con ese juegazo, pues, alguna vez tendremos que pasar, como los personajes de la historia que conté. Entonces será el llanto y el crujir de dientes. (A quienes no tengan dientes se les proporcionarán gratuitamente dentaduras postizas, para que puedan crujir también). Conviene prepararnos, pues, para esa eventualidad, en vez de actuar como si siempre fuéramos a tener océanos de petróleo... Babalucas le contó a un amigo: "Voy a poner un bar en medio del desierto". "¡Estás loco! -le dice el amigo-. Será difícil que ahí te llegue un cliente". "Sí -reconoce el badulaque-. Pero el que llegue va a traer una sed bruta"... Doña Lasán D’Adando le aseguraba a su esposo, don Astato, que el vecino del 14 le era infiel a su mujer. Él sostenía que el dicho señor era decente, incapaz de incurrir en semejante falta. Pero ella porfiaba en lo mismo. Cierta noche llegó don Astato a su casa y halló a su señora con aquel hombre, el del 14, en trance ignívomo de coición. "Cuánta razón tenías, vieja -dice-. Ahora confirmo que, en efecto, el vecino le es infiel a su mujer"... FIN.