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Debería ser siempre

Addenda

Germán Froto y Madariaga

Entré a la casa y Claudia había comenzado a adornarla con motivos Navideños. A la sola vista de esos arreglos, me invadió un espíritu renovado de esperanza y concordia.

Que poco se necesita para que renazcan en nosotros los buenos sentimientos. Aunque la paz y la tranquilidad siempre están presentes en la casa, da gusto saber y sentir que esa época del año, la más grata, está próxima, muy próxima y que a pesar de los pesares, tenemos motivos para sentirnos contentos.

Por otra parte, me impresiona gratamente la solidaridad de nuestro pueblo, siempre dispuesto a ayudar cuando se presentan catástrofes como la de Tabasco.

Pero al mismo tiempo, esos acontecimientos me hacen reflexionar en el sentido de por qué tiene que llegar una época determinada o por qué tiene que presentarse una desgracia, para que nos sintamos solidarios con quienes nos rodean y necesitan.

Deberíamos sentirnos siempre en Navidad y solidarios, sin necesidad de que llegue diciembre o se presente una catástrofe como la comentada.

¿Qué es lo que nos hace falta? Pienso que tan sólo una toma de conciencia.

Nos hace falta el estar conscientes que todos somos hermanos y nos necesitamos unos a los otros.

Que lo que uno tiene de más, es para que lo comparta con otros y no para que se vanaglorie de ello o lo atesore.

Es cierto que las desgracias nos mueven el corazón. Pero ¿qué acaso no hay pequeñas desgracias que advertimos todos los días y a cada paso?

¿Qué no es evidente que necesitan de nosotros, la señora que ayuda en la casa, el que nos lava el coche o el niño que nos vende chicles en las esquinas?

¿No salta a nuestra vista que nuestro hermano carnal necesita nuestra ayuda, cuando vemos que no completa con lo que gana para satisfacer las necesidades de sus hijos?

¿Acaso tiene que decírnoslo o que veamos que uno de ellos se enferma gravemente para correr a prestarle nuestra ayuda?

¿Por qué sólo pensar en los que tienen frío cuando llega el invierno, si muchos de ellos tienen todo el año frío en el alma y no sólo en sus cuerpos?

Teresa de Calcuta solía decir que: “Antes de hablarle a un hombre de Dios, hay que satisfacer su hambre de pan”.

Hay por ahí un bello cuento, que trataré de resumir:

“Una pequeña niña, entró a una elegante joyería y le preguntó al dependiente que a la vez era el dueño, el costo de un hermoso collar de esmeraldas.

—Es una pieza cara –Le dijo éste.

La niña sacó de entre sus ropas un pañuelo con monedas y le dijo al dependiente:

—Bastará con esto, son mis ahorros de toda la vida; y sabe, quiero ese collar para mi hermana mayor que ha cuidado de mí desde que murió mamá. Además, el color de las piedras hace juego con sus ojos y mañana es su cumpleaños.

El dependiente tomó las monedas y envolvió el collar en una bella caja y la decoró con un gran moño.

Al día siguiente entró a la joyería una hermosa joven de ojos verdes, y le dijo al dependiente:

—Disculpe señor, este collar fue adquirido aquí.

—Así es, señorita.

—Vengo a devolverlo, porque mi hermana no pudo haber pagado su precio, sabe, somos muy pobres.

El hombre tomó la caja con el collar y la envolvió de nuevo tal y como se la había entregado a la niña y se la dio nuevamente a aquella señorita.

—Disculpe usted –le dijo— pero el precio de este collar ya fue pagado. Su hermana dio todo lo que tenía”.

Si nosotros diéramos siempre todo lo que tenemos para dar y no necesitáramos de épocas especiales o grandes catástrofes para ser solidarias, este mundo sería muy distinto al actual.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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