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Definiciones/Sobreaviso

René Delgado

El país lleva inserto prácticamente dos años en una tensa atmósfera política y social que frena sus posibilidades y complica sus problemas.

En octubre de 2005 arrancó formalmente la campaña presidencial recién pasada y aun desde antes, los procesos de selección de quienes serían los abanderados del PAN y el PRI dejaban ver la tensión hacia el interior de esas formaciones. Una tensión que, en el caso del perredismo, se expresaba en el conflicto derivado de la manifiesta y confesada intención de Vicente Fox de eliminar a como diera lugar a Andrés Manuel López Obrador de la justa electoral.

Años difíciles han sido estos dos últimos. A lo largo de ellos, el país ha estado al borde la ruptura y, a causa de la confrontación, se dejaron crecer graves problemas al tiempo que se dejó de ver hacia adelante. Desde entonces y aun desde antes, el porvenir mexicano se convirtió en una suerte de territorio inexplorado o, peor aún, en el lote baldío donde se bota el futuro como un saco de basura.

Producto de ese par de años, en el horizonte se perfila la necesidad de hacer definiciones y tomar decisiones para establecer, verdaderamente, si hay condiciones para remontar la circunstancia o bien –ojalá así no sea– para asumir como un destino manifiesto la inestabilidad política y el estancamiento económico. Definiciones y decisiones que, a pesar de los indicios, deberían ser acciones verdaderamente sopesadas y no simples reacciones frente a hechos consumados o impuestos precisamente por las circunstancias.

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En el ámbito político, hay dos hechos que exigen tomar postura clara y definida por parte de los directamente involucrados y afectados.

Por un lado, las provocaciones de Vicente Fox exigen ya una definición y una decisión por parte del presidente Felipe Calderón. Insistir en el planteamiento de la tolerancia a partir de la idea de que son las ocurrencias de un desertor de la democracia, de un hombre afectado por el no poder y el brutal influjo de su mujer es un ardid para eludir una decisión. Más allá de las cada vez más evidentes raterías y mezquindades de la ex pareja presidencial, es evidente que las provocaciones del ex mandatario envenenan un día sí y otro también las relaciones políticas internas y externas del gobierno y, probablemente, de los mismos mexicanos.

La tolerancia no es ni puede ser el disfraz de la indecisión. Para bien o para mal, la historia mexicana está marcada por el deslinde sexenal del presidente entrante del saliente y es, en ese momento, cuando se advierte si el presidente entrante está decidido a reivindicar su propio espacio. No se trata de un acto de revancha o de venganza, sino de reconocer que el espacio y el tiempo son poder o no poder.

El reloj marca la hora en que Felipe Calderón debe fijar postura frente a su antecesor. Más daño le han provocado al presidente de la República los desplantes de su antecesor y de la actual dirigencia de su partido que los naturales cuestionamientos de la Oposición. ¿Cuál es la definición y la decisión del presidente Felipe Calderón, frente al ex presidente Vicente Fox?

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Por otro lado, también exige definición y decisión la creciente y soterrada confrontación dentro del perredismo en la relación de ese partido con su ex candidato presidencial y el Gobierno Federal.

El doble juego que el perredismo ha venido sosteniendo no da más de sí. Por abajo, los cuadros profesionales de ese partido advierten la necesidad de marcar distancia frente a Andrés Manuel López Obrador; por abajo, practican una política malabarista donde quieren quedar bien con él y con el partido y, en el fondo, quedan mal con los dos. Por su parte, el propio ex candidato una y otra vez deja sentir que no cree en los partidos políticos como en los movimientos sociales, pero no quiere perder los beneficios de actuar bajo las siglas de una formación política institucional y, entonces, practica una relación sadomasoquista con el partido que amparó su candidatura.

Casi por turno, el perredismo un día se acerca a su ex candidato mientras se aleja del Gobierno y otro se acerca al Gobierno y se aleja de su ex candidato y, entre marchas y contramarchas en esa esquizofrénica actitud, pierde oportunidad de ejercer a plenitud la fuerza política que representa, echando por tierra la posibilidad de influir verdaderamente en el curso del desarrollo que podría tener el país.

Hoy, los planteamientos de Leonel Godoy, de Lázaro Cárdenas y de Cuauhtémoc Cárdenas recolocan el dilema existencial del perredismo y, sin duda, reavivarán la flama de un debate que, en el fondo, el propio perredismo elude. En puerta está la Convención Nacional del gobierno legítimo en noviembre y entonces, ojalá tanto Andrés Manuel López Obrador como el perredismo definan claramente su rol en la escena política y tomen una decisión. Una izquierda esquizofrénica de poco sirve al país y el país necesita de una izquierda.

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En ese marco de indefinición e indecisión, realmente han sido extraordinarias y reconocibles las iniciativas y acciones políticas que tanto el presidente Felipe Calderón, como el jefe del Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard y el coordinador del grupo parlamentario tricolor, el senador Manlio Fabio Beltrones, han logrado concretar.

En medio de la adversidad, la ambigüedad y la emergencia, esos tres políticos han concretado una serie de reformas y políticas que, para su orgullo, han dejado sentir –más allá de la simpatía o la antipatía que provoquen esas medidas– que algo se puede hacer cuando hay claridad y decisión. A su modo y estilo, mejor o peor, Calderón, Ebrard y Beltrones han mostrado arte y capacidad política para concretar algunas cuestiones... Esas cuestiones, sin embargo, son insuficientes para, verdaderamente, recolocar al país en las vías de la estabilidad política y el desarrollo económico.

La falta de definición y decisión en muchos otros frentes pero, sobre todo, en la relación de esos políticos con sus partidos, con sus aliados y adversarios internos y externos a sus partidos, han dejado al garete muchos asuntos y políticas que es preciso definir y decidir para, en verdad, creer que el último bienio es un episodio y no un destino manifiesto para el país.

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Si los líderes políticos en el Gobierno, en el parlamento, en los partidos no elaboran ya las necesarísimas definiciones y no toman ya las imprescindibles decisiones frente a aliados y adversarios que por provocación, desilusión, perversión, desesperación, sin querer o adrede, una y otra vez vulneran los puentes de entendimiento para reinvidicar la política y reponer el desarrollo no podrán venir después con el cuento de que las circunstancias boicotearon sus buenas intenciones.

El país lleva dos años dando tumbos. A pesar de ello, se ha visto que cuando hay definición y decisión se pueden hacer cosas. El actual sexenio está a punto de agotar su primer año y se sabe, cuando el tiempo corre y nadie fija el rumbo el desgobierno sienta sus reales. No es momento de tolerar provocaciones, no es hora de andar con dobles juegos ni de alentar la política de la avestruz.

Hay que salir de la cultura de la reacción frente al escándalo y el problema en turno y de la idea de que el futuro nacional se fija cada semana. Es preciso hacer definiciones y tomar decisiones.

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Correo electrónico:

sobreaviso@latinmail.com

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