Capturando imágenes con una cámara de principios del siglo XX, Eric Jervaise revela y descubre el norte del país, como un territorio en blanco y negro.
Eric Jervaise capta con su cámara un ángulo de 180 grados sobre la cultura en Ciudad Juárez y El Paso
MÉXICO, DF.- En Las Fronteras de la Visión todos tienen sus papeles en regla para cruzar al otro lado. Por eso en su más reciente proyecto, el fotógrafo Eric Jervaise, de origen francés y nacionalizado mexicano, franqueó los límites de los hábitos perceptivos y, con una cámara que data de principios de siglo, capturó amplias vistas de Ciudad Juárez, Chihuahua y El Paso, Texas, que dan cuenta de un territorio que reclama su lugar entre los iconos del nuevo siglo mexicano.
Jervaise, quien vive en México desde 1972, ha dedicado la mayor parte de su carrera a la exploración de las posibilidades documentales y expresivas de la fotografía. Docente y autor de trabajos que han merecido exposiciones en México y Canadá, Estados Unidos y Francia, el autor publicó en 2001 el libro México. Panorámicas del Siglo XXI, con el auspicio de la beca de conversiones del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca).
A cinco años de esa publicación, el autor desarrolló un nuevo trabajo que documenta los escenarios que configuran a Ciudad Juárez. Su puente internacional, centro de acopio de llantas, mercados de pulgas, lotes de autos usados, parques, avenidas, más lugares colindantes de El Paso, Texas, como la ex aduana o la autopista 54, fueron retratados por Jervaise en tomas de 180 grados.
Las imágenes configuraron después la exposición Las Fronteras de la Visión, que se presentó de manera simultánea en el Museo de Bellas Artes de Ciudad Juárez y el Museum of Art de El Paso. Posteriormente las fotos se reunieron en una publicación bilingüe que lleva el mismo nombre, a cargo de la editorial Cuadro por Cuadro, que dirige Miguel Ángel Berumen, y con textos de las investigadoras y ex fotógrafas Laura González y Rebeca Monroy.
En palabras de Rebeca Monroy, directora de estudios históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Jervaise retrata una ciudad de dolorosos andares y confiere con su mirada una dimensión orgánica a imágenes que en su origen fueron inertes. Se trata de la fina disección de un lugar que está en la frontera de lo maravilloso y lo terrible.
A la sensibilidad propia de un ojo que viene de fuera, el trabajo de Jervaise suma una complejidad técnica. El ojo humano tiene una visión en el rango de 45 y 50 grados. Las fotos de Jervaise, hechas con cámara anterior a este siglo son de 180. El superangular, logrado por el fotógrafo con el movimiento de su lente sobre un eje, concibe imágenes que miden 6.5 de altura y 32 centímetros de largo.
La doctora en historia Laura González encuentra en el trabajo de Jervaise un antídoto para el empobrecimiento progresivo de la experiencia visual de la cultura contemporánea, pues asegura que el autor impone una forma justa a cada escena que tiene enfrente.
La característica de estas fotos que experimentan con la sintaxis de la imagen, es que no tienen un horizonte recto: éste se curva hacia arriba o hacia abajo; las imágenes se apartan de ciertos cánones de la representación fotográfica. La distorsión del espacio a los extremos de cada foto crean en quien las mira una perturbación de sus hábitos como observador.
En uno de los textos que acompañan las imágenes de Jervaise en Las Fronteras de la Visión, la autora escribe: “En el caso de Ciudad Juárez y El Paso, la utilización de este tipo de cámara panorámica resulta justificado porque no sólo permite incluir grandes extensiones de espacio longitudinal, sino acentuar el contrapunto entre elementos opuestos: las dos aceras de la calle, las dos riberas del Río Bravo, los dos lados de la frontera Ciudad Juárez-El Paso. Gracias a la intermediación de la cámara, unimos en una imagen lo que nuestra visión percibe de manera independiente”.
Eric Jervaise define su trabajo reciente de la siguiente manera: “En lo que a mi concierne es el registro subjetivo de un lugar de paso y de acepción, de violencia y solidaridad, de distancia e interdependencia. Las fotografías son los encuentros de un deambular curioso en un mismo sitio entre dos países. Espero que la idea de una frontera múltiple, política, administrativa, económica y cultural se perciba en el libro”, finalizó.
MÚSICA DE Y PARA MIGRANTES
Los Cardencheros de la Comarca Lagunera incluyen su tema Yo Ya Me Voy, en el disco editado por la Dirección General de Culturas Populares del Conaculta sobre el tema de la migración.
De una diversidad de géneros y estilos musicales, en una antología de grabaciones en las que se manifiestan las vicisitudes de las personas que salen de sus pueblos para buscar fortuna en otros, surgió CulturaSinFronteras, la Migración en México.
El disco contiene 15 piezas, entre otras, las célebres interpretaciones de El Piporro: Chulas Fronteras y la canción norteña, Natalio Reyes Colás; las composiciones Historias del Norte y Yo, Como Muchos Me Fui de Guillermo Velázquez y Los Leones de la Sierra de Xichú.
Óscar Chávez ofrece el Corrido de Johnny López, llamado el O’key. Amparo Ochoa ofrece su voz cristalina, al igual que Lila Downs presenta su canto profundo y revelador y Susana Harp su voz tersa y fecunda. Los Regionales de Querétaro y la pieza Añorando a mi Pueblo hablan al igual que Los Cardencheros de la Comarca de nuestra identidad y dan testimonios de la añoranza que se siente por los
que se van y que quizá nunca más regresen a la tierra de origen.
Además se incluyen tres propuestas rockeras del grupo Skirla, de Chihuahua, y sus visiones acerca de los ilegales en el rock norteño; Carlos Arellano, trovarroquero poblano, quien describe las aventuras de tres paisanos en Nueva York, y El Personal, de Jalisco, con la pieza, Corrido del TLC, lleno de humor ácido.
Por último, participan dos grupos que recuperan la canción tradicional.
Uno radica en Michoacán, tierra de expulsión de migrantes y el otro se estableció hace tiempo en Los Ángeles, California: Bola Suriana y Los Cenzontles, con sus valonas y canciones rancheras, demuestran que irse es algo más que “rifársela”.