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Deslinde y decisión/Sobreaviso

René Delgado

Felipe Calderón ya se deslindó de Vicente Fox.

No fue menester decir nada ni hacer aspavientos, sencillamente fue cosa de tomar decisiones y emprender acciones. La diferencia con el antecesor es diametral: frente a la indecisión plagada de contradicciones y ocurrencias, la decisión firme sin equivocidad.

El punto interesante estriba, ahora, en saber si esas decisiones son las correctas.

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Muchos de los seguidores y simpatizantes de Felipe Calderón -e incluso algunos que no lo eran- dan por sentado que, con su carácter manifiestamente decidido, el mandatario se ha legitimado ya en el ejercicio del poder. Quizá, es prematuro decir que ?se ha legitimado ya? pero es innegable que por esa ruta avanza el presidente de la República.

Desde esa perspectiva, Vicente Fox y Felipe Calderón comparten un par de paradojas destacables. Una: llegado a la Presidencia de la República con amplio margen de legitimidad electoral, Vicente Fox se deslegitimó en el ejercicio del poder; llegado a la Presidencia de la República sin plena legitimidad electoral, Felipe Calderón se legitima en el ejercicio del poder.

Dos: habiendo anunciando una y otra vez ?la madre de todas las batallas? contra la delincuencia y el crimen organizado, Vicente Fox nunca la emprendió en serio. Habiendo emprendido la cruzada contra la delincuencia y el crimen organizado, Felipe Calderón la anunció. Hay un contraste innegable. Un deslinde por la vía de hechos.

Quienes ven en la persona de Felipe Calderón a ?un hombre con decisión? no se equivocan. Es cierto, la toma de decisiones siempre ha sido un recurso para legitimarse en el ejercicio del poder.

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Con grandes y pequeñas decisiones y acciones, el presidente Calderón va construyendo su legitimidad.

Acudir a San Lázaro fue la primera. Reponer el escudo nacional completo fue otra. Dejar de hacer declaraciones sin ton ni son, una más. Hacer en lugar de anunciar o prometer, un extra. Reconsiderar algunas partidas presupuestales, otra. Extraditar narcotraficantes en paquete, una más. Y en eso -no está de más apuntarlo- mucho le ha ayudado su esposa Margarita Zavala, quien con méritos políticos acreditados ha resuelto por lo pronto tener un rol discreto, ajeno al protagonismo sin causa de Marta Sahagún.

Desde luego, no todo han sido aciertos. En los casi dos meses que el mandatario lleva al frente de la Administración también ha habido yerros. Uniformarse a medias como comandante supremo de las Fuerzas Armadas fue uno de ellos. Dejar en el aire si habrá o no un retroceso en políticas de salud pública en razón de cuestiones ideológicas encubiertas es otro. Acudir a la toma de posesión del nicaragüense Daniel Ortega para pasar desaires es uno más.

Pese a esos errores y resbalones, Felipe Calderón ha conseguido labrarse un estilo y una imagen: un Ejecutivo que toma decisiones rápidas, inequívocas y contundentes.

Las encuestas de popularidad, por fin, han dejado de ser el viento que orienta la veleta de Los Pinos. De seguro, Calderón mide su popularidad pero hasta ahora no ha dejado ver que en ella finque su decisión.

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Está acreditado, pues, que el presidente Calderón toma decisiones. El punto interesante estriba, ahora, en saber si las decisiones son las correctas.

Evidentemente, es prematuro decir si lo son o no. Están las decisiones, están incluso las primeras acciones pero faltan los resultados y las consecuencias. No pasará mucho tiempo sin tener noticias al respecto. Sin embargo, se echan de menos las estrategias de fondo que amparan esas decisiones.

Indudablemente, las decisiones y acciones más llamativas son dos. Una, los operativos policiaco-militares montados en Michoacán, Tijuana y Guerrero. Dos, la extradición en paquete de una quincena de narcotraficantes y criminales.

En cuanto a los operativos policiaco-militares, se advierte claramente una voluntad política y una fuerza organizada. Eso está bien, pero no está claro el trabajo de Inteligencia que ampare a los operativos. Es probable que lo haya, incluso que por razones -precisamente de seguridad- no se divulgue pero, hasta donde se mira, no se ve ese trabajo. Muchos de los habitantes de las plazas donde se han realizado los operativos saben de las zonas donde el narcotráfico tiene su imperio, o bien, en qué casas, plazas o calles se expenden drogas al menudeo y, sin embargo, los operativos parecieran -vale subrayar el ?parecieran?- llegar a ver qué encuentran. Luego, la numeralia de decomisos, detenciones o destrucción de plantíos, al carecer de un referente que permita hacer la comparación para el balance, deja un resultado incierto. Qué tan exitosos son los operativos, quién sabe.

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En cuanto a la extradición de narcotraficantes y criminales en paquete, no se puede regatear el reconocimiento. Es una decisión que exige valor y coraje personal e institucional, sobre todo cuando reiteradamente el narcotráfico ha dejado ver una y otra vez el calibre de su capacidad de fuego, el desafío que plantea al Estado.

Pero esa acción deja una duda: ¿se cuenta o no con el diseño integral y estratégico de las demás acciones? El anuncio de la cruzada contra la delincuencia puede ser el boceto del Plan Nacional de Seguridad, pero por ahora es una cruzada. Falta el plan y, aun cuando se dice que se cumplirá con el plazo de 90 días previamente establecido para tenerlo, es deseable que en realidad se tenga. El tamaño de esa decisión obliga a tenerlo.

La primera impresión que deja esa decisión es buena. Manda una clara señal en relación con el propósito de rescatar, de manos del crimen, espacios públicos y normas de conducta apegadas al Estado de Derecho.

Manda esa señala, pero también otra que el propio Felipe Calderón no ha omitido. Es tal la debilidad del Estado mexicano que está impedido para que los criminales cumplan aquí su condena, sin que sigan dentro de los penales administrando su negocio y sin colocar contra el muro de la violencia a múltiples plazas de la República.

Esa revelación plantea una reestructura de grandes dimensiones del aparato de justicia en su conjunto: en la prevención y la persecución del delito así como en la procuración, la impartición y la administración de la justicia. Sin ese replanteamiento de los aparatos policial y judicial, el riesgo corrido puede convertirse en peligro.

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Qué bueno que el presidente Felipe Calderón tome decisiones rápidas y contundentes, mejores serán si son las correctas y se encuadran en el marco de prioridades que el mandatario se ha fijado como meta.

La cantidad de frentes que un Gobierno puede abrir o encarar al mismo tiempo no es grande, es reducida. Son varios los frentes que hay que abrir y no son pocos los que la descarnada lucha por el poder está abriendo. Varios factores de poder, criminales y no criminales, han mostrado los dientes. No ha tenido el menor recato ni pudor en dejar sentir que sus dominios pueden crecer pero no ser disminuidos.

Desde distintos flancos, esos factores de poder han mandado el mensaje, cifrado o no, abierto o encubierto, de que pueden apoyar al Gobierno a emprender muchas reformas siempre y cuando éstas no afecten sus intereses. Y, curiosamente, ese afán de que las cosas ocurran allá en otro lado entrecruza los intereses y puede neutralizar las acciones.

Qué bueno que por fin se tomen decisiones, ojalá sean las correctas. Por lo pronto, es mérito salir del campo de las indecisiones y las ocurrencias.

Correo electrónico:

sobreaviso@latinmail.com

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