Vista del hielo del antártico.
Sobre el hielo de la Antártida flotan durante todo el año, aun en fases de luz solar, altos niveles de dos compuestos químicos que pueden ser claves en la formación de nubes y en otros procesos ligados al cambio climático, según un estudio en el que ha participado el español Alfonso Saiz-López.
Este investigador, miembro del Jet Propulsion Laboratory, de la agencia espacial estadounidense NASA, es el autor principal del trabajo que publica el último número de la revista Science.
Saiz-López explicó que a los científicos les ha "sorprendido" detectar tan "altas concentraciones" de óxido de bromo y de óxido de yodo suspendido sobre el hielo del Antártico, en contraste con lo que sucede en el Ártico, en donde no se ha detectado yodo.
Ha resultado sorprendente además comprobar que esas concentraciones persisten aun en períodos de luz solar, añadió.
El estudio demuestra, por primera vez, que el yodo aumenta "enormemente" los niveles de destrucción de ozono, hasta cuatro veces, dijo, en la capa más baja de la atmósfera del Polo Antártico, mientras que en el Ártico no se ha detectado esa sustancia.
En su opinión, es de señalar además que las concentraciones detectadas en el Antártico parecen tener "importantes consecuencias en la química atmosférica de las capas inferiores"; hasta ahora, se pensaba que los efectos de esos compuestos sobre la química atmosférica estaban asociados a cambios en latitudes altas y congeladas, especialmente, pero no bajas.
Las mediciones realizadas ahora han sido posibles después de largas observaciones realizadas en la estación Halley sobre los compuestos químicos que flotan a pocos metros del casquete del Antártico.
Según el estudio, los niveles de óxido de yodo en primavera son los mayores detectados en cualquier parte de la atmósfera, y la aparente sinergia entre ese tipo de óxido y el de bromo hace pensar en la existencia de "un mecanismo emisor de yodo desconocido hasta ahora".
La presencia de altas concentraciones de óxido de yodo en la atmósfera apunta a la posibilidad de formación de aerosoles de yodo; partículas que crecerían hasta convertirse en núcleos de condensación de nubes con impacto sobre el clima.