“No es lo mismo un sollozo que un berrinche”.
Javier Ortiz
¿Debemos creer la versión de la Secretaría de Hacienda? Según el subsecretario Alejandro Werner, fue necesario entrar muy a fondo en el examen de la propuesta de refinanciación de la deuda del Gobierno del Distrito Federal, especialmente por lo que significaba ampliar el plazo de pago a 30 años y por ello no fue posible entregar la autorización sino hasta las nueve de la noche del 31 de julio, tres horas antes de que venciera el plazo para dicha autorización.
La versión es poco creíble. De hecho, la información disponible sugiere más bien que el Gobierno Federal encabezado por Felipe Calderón decidió darle una lección a ese jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, que se ha negado a reconocer su legitimidad y que se niega a aparecer en público con el presidente.
Desde el 8 de junio pasado el Gobierno de Ebrard solicitó a la Secretaría de Hacienda de Agustín Carstens la autorización de la refinanciación realizada por Protego, la empresa de Pedro Aspe que ha renegociado con marcado éxito la deuda de varias otras entidades, entre ellas la del estado de México. Esta autorización es necesaria debido a que el Gobierno Federal es aval de la deuda capitalina. En diversas ocasiones el Gobierno del D.F. pidió sin resultados respuesta a la petición. Tanto Ebrard como su secretario de Finanzas, Mario Delgado, empezaron a solicitar públicamente que el Gobierno Federal otorgara la autorización. Pero el presidente sólo tomó nota el 30 de julio, un día antes de que venciera el plazo, cuando dijo que estaba instruyendo al secretario Carstens a que examinara el tema.
El mismo día, el 31 de julio, la Secretaría de Hacienda dio a conocer un comunicado en el que cuestionaba públicamente la política de deuda del Gobierno capitalino y establecía condiciones para la autorización: crear un fideicomiso, transparentar la deuda y utilizar los ahorros a la inversión en obras de saneamiento. El secretario de Finanzas del Distrito Federal, Delgado, respondió que ésas eran precisamente las propuestas de la documentación presentada por el Gobierno capitalino. Finalmente, el 31 a las nueve de la noche, Hacienda dio la autorización. Los documentos no los entregó el secretario Carstens, sino un subsecretario, Werner. Otro mensaje, para quien quiera leerlo.
Nadie que haya conocido las características de la refinanciación podía dudar de sus beneficios. El Gobierno capitalino se ahorraría mil 500 millones de pesos anuales por una reducción en las tasas de interés. Se ampliarían además los plazos de pago, algunos de los cuales vencían dentro de muy poco, a 30 años. El propio Gobierno Federal, que por Ley tiene que avalar la deuda de la capital, vería mejorado su perfil financiero.
Hemos visto una infantil competencia de vencidas entre dos gobiernos. Estoy seguro que el presidente Calderón siempre supo que la autorización era conveniente e incluso inevitable. Sin embargo, quiso dejar constancia de su poder de veto ante un gobernante que ha cuestionado su legitimidad y se niega a aparecer con él “en la foto”.
Me parece, sin embargo, que el presidente está recurriendo a una mala estrategia política y a una pésima forma de gobernar. Calderón está cayendo en la misma malsana tentación ante la que sucumbió Vicente Fox, quien durante años cuestionó constantemente al entonces jefe de Gobierno capitalino Andrés Manuel López Obrador. Así, hemos visto al presidente llamarle la atención repetida y públicamente al jefe de Gobierno en materia de seguridad pública, de inversión en drenaje y ahora de manejo de la deuda pública. Pero Calderón nunca critica en público a ningún otro gobernante: ni siquiera a Mario Marín de Puebla o a Ulises Ruiz de Oaxaca, que tanto censuró cuando era candidato.
Hace mal Calderón en distinguir a Ebrard en sus críticas. Simplemente lo está elevando al nivel del presidente, como hizo Fox con López Obrador. Dejar hasta el último momento una autorización que claramente beneficiaba a todos implica, por otra parte, que el presidente está dispuesto a jugar con el bienestar de los ciudadanos a fin de lograr sus objetivos políticos.
Si el presidente fuera más sensato, dejaría que Ebrard se ahogara en la bilis de su berrinche por la derrota de López Obrador en el año 2006. Al unirse al coro se rebaja a sí mismo y a su investidura.
Los ciudadanos mexicanos han demostrado en varias ocasiones que no se sienten a gusto con los berrinches de los gobernantes. Cuando López Obrador empezó a criticar al presidente Fox en los primeros meses de su Gobierno, generó una reacción negativa en las encuestas. Después de un tiempo aprendió y pidió “amor y paz” y respeto a la investidura presidencial. Cuando Fox empezó a cuestionar a Andrés Manuel, elevó la popularidad del tabasqueño. Ya después López Obrador se encargó de destruir su capital al llamar chachalaca al presidente.
Ojalá que nuestros políticos pudieran aprender la lección y no repitieran todo el ciclo en este sexenio. Los mexicanos, después de todo, ya estamos cansados de tepocatas, chachalacas y berrinches.
LA BOMBA
Ahora fue una bomba en Oaxaca. Al parecer nos vamos a tener que ir acostumbrando a sufrir atentados terroristas. Hasta el momento no ha habido víctimas humanas, pero sólo es cuestión de tiempo. Ante un Estado que en buena medida ha desmantelado su aparato de Inteligencia, la tentación de expresar puntos de vista a través de ataques con explosivos que siempre quedan impunes se vuelve cada vez mayor.