Todos los temores de la humanidad son cíclicos; vienen y van con el paso de las generaciones. Lo anterior tiene relación con las renovadas tendencias de hablar sobre “el fin de los tiempos” o de la llegada del “Día del juicio final”, con la consabida destrucción del Diablo. Buen tema para estos días de “Santos Inocentes” y “Muertos”, incluido el “Halloween”, ajeno a nuestra cultura, de origen pagano y hasta con tintes satánicos.
La presencia de terremotos y guerras han dado pie a que se insista en el tema; algunos grupos de creyentes cristianos machacan con ello, tratando de regresar al “buen camino” a los pecadores, utilizando temor y castigo como argumento, dejando de lado el amor que predica el Cristianismo como su eje central.
La verdad es evidente: la presencia del deterioro ecológico y la insistencia en el abuso de los recursos naturales han provocado los “signos” a que se refieren los profetas de la destrucción. Podemos pensar esas malas acciones como demoníacas, propuestas de nuestro lado oscuro…y ¿quién sabe?, puede ser.
No cabe duda: en la Biblia aparecen las advertencias del “Juicio Final”, pero también aclara que nadie sabe “ni cuándo ni dónde”, por lo que habremos de estar preparados. Una interpretación válida refiere que se trata de insistir en practicar el bien y desistir del mal, más que advertir y amenazar, refiriéndose a respetar y no dañar.
La existencia del Diablo, como ente individual y corpóreo o la conceptualización del lado oscuro –solamente el aspecto psicológico– del ser humano, es tema de discusión, aunque la Iglesia Católica ha sido muy clara al respecto.
En una entrevista, el ahora Papa Benedicto XVI, siendo aún cardenal contestó: “La realidad es que hoy todos nos creemos tan buenos que no nos podemos merecer otra cosa sino el Paraíso. Esto proviene ciertamente de una cultura que, a fuerza de atenuantes y coartadas, tiende a borrar en el hombre el sentimiento de su propia culpa, de su pecado. Alguien ha observado que las ideologías predominantes actualmente coinciden todas en un dogma fundamental: la obstinada negación del pecado, de la verdad que la fe vincula al Infierno”.
La declaración se refiere a la línea dura, que él mismo ha marcado contra el pecado –malas acciones– que sin duda tienen traducción en términos de injusticia, abuso, dolor, que desencadenan rencores y deseos de venganza. Esa interpretación define, en mucho, el mayor problema para la paz y buena convivencia; ¿cosa del diablo? …tal vez.
Los profesionales de la salud mental saben muy bien que los seres humanos nos movemos en estados emocionales variables; entre el bien y el mal, –influyendo Eros o Thanatos– que nos motivan para desempeñarnos cada día y equilibrar lo bueno y malo, luz o tinieblas, tema de predicación religiosa y creencias de todos los tiempos. También es verdad que tender a lo fácil –egoístamente conveniente– es característica común; hacer lo contrario requiere de adecuada formación humana, templada en valores. La definición entre una u otra postura en la vida tiene relación directa con la cultura en que se desenvuelven los sujetos.
Umberto Eco, habla de las “paleoguerras” y “neoguerras”, refiriéndose a la ausencia de paz que se ha dado en la tierra a través de los tiempos, con la diferencia de que en las primeras hubo vencedores y vencidos, muertes calculadas, con un frente de batalla y enemigos claramente definidos, delimitando los efectos económicos, sociales y ambientales; en las actuales, reconoce particularidades contrarias: sin ganadores definitivos, buscando la nula o baja pérdida de vidas, –aunque no de bienes materiales– sin tener una clara definición del enemigo y el campo de batalla, con consecuencias mundiales. No cabe duda: nos hemos vuelto “sutiles” hasta en lo malo.
Hoy, palabras como paz, justicia, bien común, ecología, etc., reciben mayor atención de gobernantes y políticas internacionales, pero aún no son lo suficientemente sólidas como para alcanzar una paz generalizada y permanente; con ello, el concepto de “Diablo” está más vigente que nunca, siendo tema de discusión y hasta explotación en los medios de diversión televisiva, cinematográficos o de lectura.
También es verdad que ha llegado el punto en que empezamos a resentir los efectos del desgaste de un sistema político llamado democracia. Hay que tomar conciencia de ello y buscar perfeccionar sus aplicaciones prácticas, hallar formas más justas y alejar a los pobres del infierno que ya viven en la tierra.
Algunos teólogos han supuesto que el Infierno sí existe, pero está solo; otros, han replicado sarcásticamente: “es probable que esté vacío, pero eso no quita que precisamente tú y yo podamos ser los primeros en inaugurarlo”.
A eso habría que agregar la posibilidad de que ese infierno, con todo y sus diablos lo estemos viviendo desde ahora, aquí en la Tierra, en esta vida. ¿Usted qué piensa?
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