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Diálogo| Benito

Yamil Darwich

Un viejo refrán reza: “La historia la escriben los vencedores”, caso que nos ocupa con uno de los festejos cívicos más importante de México: el Natalicio de Benito Juárez.

La Historia Mexicana ha recibido múltiples contribuciones de estudiosos en la materia; algunos, han afirmado que recibimos información de tres distintas generaciones: los primeros, vivieron los hechos dejándonos las memorias sin sustraerle posturas ideológicas al escribir su verdad; los segundos, historiadores posrevolucionarios, utilizaron la pluma para asentar argumentos de los vencedores, –agregando los maliciosos “y vivir de ello”–; la tercera, los capaces de desarrollar investigaciones bibliográficas y de campo, aportando otras visiones, descubriendo datos sorprendentes.

Cada una de estas generaciones nos han mostrado un Benito Juárez distinto, a lo que habrá que agregar –para confundirnos aún más– visto desde tendencias políticas de izquierda y derecha.

Sin duda, Don Benito Juárez, fue un ser trascendente para la nación; que nació en 1806, en Guelatao, Oaxaca; vivió con su hermana Josefa, quien servía en la casa de don Antonio Maza, casando con Margarita.

Estudió en el Seminario de Santa Cruz, en Oaxaca y posteriormente Derecho, en el Instituto de Ciencias y Artes. Regidor del Ayuntamiento en 1831 y diputado local en 1833. Ejerció su profesión defendiendo comunidades indígenas, luego diputado federal, habiéndole correspondido aprobar el préstamo que Gómez Farías solicitara a la Iglesia (1847) para financiar la guerra contra EUA.

Como gobernador procuró el equilibrio económico y ejecutó obras públicas; reorganizó la Guardia Nacional y ¡dejó excedentes en el erario! Desterrado por Santa Anna, viajó a Nueva Orleans, donde “forjaba” puros para ganarse la vida. El presidente Juan Álvarez lo nombró Ministro de Justicia e Instrucción Pública (1855) expidiendo la Ley Juárez, aboliendo fueros y privilegios al clero, ricos y militares.

En 1857 fue Ministro de Gobernación y posteriormente Presidente de la Suprema Corte de Justicia; Comonfort, desconoció la Constitución de 1857 y pretendió un autogolpe de Estado, deteniendo a diversos ciudadanos, entre ellos a Juárez, desencadenando la Guerra de Reforma.

El 11 de enero de 1858, Benito Juárez, asumió la Presidencia por ministerio de Ley y en julio de 1859, con apoyo del grupo liberal, expidió las Leyes de Reforma, que declaraban la separación del Estado y el Clero; la Ley sobre Matrimonio Civil y del Registro Civil; la de Panteones y Expropiación de los Bienes de la Iglesia.

Al concluir la Guerra de Reforma, el 15 de junio de 1861 fue reelecto. Debido a la intervención francesa, en mayo de 1863 inició su peregrinar por diferentes estados de México, regresando a la capital el 15 de julio de 1867, luego de ordenar se juzgaran y fusilaran a Maximiliano, Miramón y Mejía. En octubre, nuevamente ganó las elecciones y trató de mejorar la situación económica del país, redujo el Ejército, organizó otra reforma educativa y sofocó varias asonadas; finalmente enfrentó la división de los liberales y en 1871, fue reelecto por última vez. Murió el 18 de julio de 1872.

Ahora aparecen nuevas versiones de su vida y relatos sorprendentes; caso de “La suerte de la consorte”, de Sara Sefchovich, afirmando de Benito, que al llegar a vivir a la casa de Margarita Eustaquia de la Maza, a la que “le doblaba en años de edad” –17 y 36 años respectivamente– hija adoptiva de Antonio Maza, logró conquistarla, contrayendo nupcias, a pesar de “...ya había estado casado o por lo menos haber vivido con Rosa Chagoya quien tuvo dos hijos, Tereso y Susana”.

Por el contrario, el investigador Francisco Martín Moreno, nos describe a un Juárez héroe, sacrificado, adusto y formal, que nos legó el ideario de “La Reforma”, muestras del cómo vivir el liberalismo político, vencedor de invasores y gran patriota. El autor de “México ante Dios”, sin duda es un liberal convencido, enemigo de la administración de la Iglesia en México, –no de la feligresía– de la clase burguesa y todos aquellos que él considera “traidores a la patria”.

La contraparte la entrega el coahuilense Armando Fuentes Aguirre, que en “La otra Historia de México, Juárez y Maximiliano, la roca y el ensueño”, hace una verdadera argumentación documentada y desde su postura conservadora, acusa a Benito de traidor a la patria, negociar parte del territorio mexicano con los EUA –Tratado McLane-Ocampo- y ser insensible ante el derecho a la vida de sus enemigos, asegurando que: los desterraba, apresaba o mataba.

Ambos narran la necrofílica visita nocturna que hiciera al Templo de San Andrés, para observar detenidamente el cadáver de Maximiliano. “¡Qué alto era!”, comentó.

Yo me quedo con el forjador de la Reforma del Sistema Político Mexicano, hombre de carne y hueso –no semidiós creado –que supo cumplir su misión y darnos ejemplo de honestidad, constancia, amor al estudio y defensa de las creencias. ¿Usted qué opina?

ydarwich@ual.mx

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