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Diálogo| De maíz, pobres y ricos

Yamil Darwich

El director del Instituto Mundial para la Investigación de Desarrollo Económico, Anthony Shorrocks, con base a un estudio realizado, declaró que sólo el dos por ciento del total de adultos en el mundo ?unas 70 millones de personas? posee más de la mitad de la riqueza mundial. Según sus cifras, el uno por ciento de los más ricos corresponde a dueños del 40 por ciento de los activos globales y el 90 por ciento de la riqueza total está concentrada en Norteamérica, Europa y los países de altos ingresos de Asia-Pacífico?. Estados Unidos de Norteamérica, con seis por ciento de la población del planeta, tiene el 34 por ciento de la riqueza global.

La desigualdad entre ricos y pobres, sin duda, es uno de los motores más poderosos para la inseguridad mundial, hecho inocultable e inconfundible con justificaciones de diferencias culturales y religiosas, por ejemplo. Ahora, los mexicanos estamos amenazados en uno de nuestros alimentos fundamentales: el maíz.

Nuestro continente es digno de revisarse; desde sus orígenes, hasta las razones de la pobreza de sus habitantes, pasando por los descubrimientos de edades geológicas, biológicas y población. Le recomiendo ?1491 Una nueva historia de las Américas antes de Colón?, de Charles C. Mann, sin duda encontrará sorpresas y reaprenderá lo estudiado en la escuela. Quizá concluya que el mundo actual no es el mejor entre los elegibles.

Hace once mil quinientos años, los paleoindios de México, vivían en cuevas y cazaban; fue hasta dos mil años después, cuando desaparecieron animales como liebres, antílopes, caballos y tortugas gigantes, que se vieron obligados a intensificar la recolección de vegetales y a pescar; de ahí obtenían más del 90 por ciento de proteínas. Los habitantes de Oaxaca y Puebla, utilizaban la penca del nopal para alimentarse, así como calabazas silvestres.

Después llegó el maíz, sin habérsele encontrado ningún antepasado, aunque su pariente más próximo pudiera ser el Teocinte, a decir de Richard S. MacNeish de la Academia Phillips en Andover, Massachussets, quien en 1960, exploró el valle de Tehuacán, Puebla, encontrando miles de mazorcas en distintas cuevas.

En el medio científico el tema es apasionante; a la fecha, hay dos hipótesis sobre su origen: la primera, sostenida por el botánico de Harvard, Paul C. Mangelsdorf y George Beadle, genetista de Stanford, quienes propusieron descendía de la combinación del silvestre, ya extinto y la hierba Tripsacum; la otra, de Hugh Iltis, de la Universidad de Wisconsin, que sostiene procede de mutaciones. De cualquier forma, la manipulación humana, hace más de seis mil años, permitió desarrollar el actual maíz mexicano.

Los agricultores indios, cultivaban la tierra en lo que se domina ?milpa? ?maizal ? algo mucho más complejo a lo considerado tradicionalmente; plantaban hasta una docena de cultivos a la vez, incluyendo, calabazas, frijoles, melón, tomates, chiles y el mismo maíz, entre otros.

Curiosamente, el maíz carece de lisina y triptófano, aminoácidos que el cuerpo necesita para fabricar proteínas y nisina; el frijol los contiene, pero carece de cisteína y metionína, que sí posee el primero, transformándose en alimentos complementarios.

En Europa y Asia, trataban de evitar el desgaste de la tierra y su agotamiento con la rotación de cultivos, que les permitía explotarla hasta por periodos de 20 años antes de dejarlas ?descansar?; en cambio, la milpa tiene uso útil medido en miles de años. Los insecticidas, fertilizantes artificiales y las aguas altas en sales han acortado la vida utilizable de las tierras y encarecido el costo de producción de alimentos; por ello, los métodos ancestrales de los indios pudieran ser una alternativa futura. Interesantemente, el maíz de Centroamérica es rico en proteínas, en tanto el del norte del continente es alto en azúcares.

Estos mismos conceptos los confirma Guillermo Bonfil Batalla, en su libro ?México profundo?, haciendo una detallada descripción de la economía indígena basada en la autosuficiencia, con cultivos diversificados, producción artesanal y trabajo comunitario, lograban una independencia tal que fortalecía el orgullo y la dignidad. La familia, constituida por varias generaciones, convivía bajo una misma autoridad, generalmente el más viejo, funcionando como célula económica con división de trabajo entre hombres y mujeres, inculcando en los niños el sentido de colaboración y participación para el bien comunitario. El barrio incluía responsabilidades compartidas entre los miembros, en labores civiles, religiosas, escolares y festividades sociales. Ahora sabemos: no eran tan salvajes e incivilizados como nos hicieron creer.

Usted me dirá: ?eran otros tiempos?; de entrada acepto la idea, pero también es verdad que no hemos logrado encontrar una forma de vivir en el mundo justa y equitativamente. Ahora, enfrentamos el reto de aportar maíz suficiente al pueblo, alimento tradicional y básico en la nutrición, que como lee, es más importante de lo que nos enseñaron.

Le dejo esas ideas para que dialogue con sus amigos y familiares, que de fondo tienen un claro mensaje de humanismo y justicia social.

ydarwich@ual.mx

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