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Diálogo| Salud pública

Yamil Darwich

Iniciado el sexenio de Calderón, la delicada situación de la Salud Pública Nacional se encontraba en “calma chicha”, hasta que aparecieron las reformas al ISSSTE. Recuerde que la anterior Administración terminó entre advertencias y amenazas sindicales, particularmente la batalla entablada por el diputado y líder sindical del IMSS Roberto Vega Galina, quien finalmente logró sofocar el vendaval provocado por su resistencia al cambio.

El problema de la atención a la salud de los mexicanos es apremiante, incluida la mayor exigencia de calidad en el servicio. El IMSS y el ISSSTE lo viven, pero incluya a la SSa y a todas instituciones asistenciales, que cada día enfrentan más carencias en sus farmacias, servicios externos, de internamiento y hasta simple mantenimiento.

Lo que fuera una excelente “vía de escape” a la presión por demanda de justicia social de los mexicanos, empieza a transformarse en seria advertencia de inconformidad, con francos y justificados reclamos al sistema: deseamos recibir el beneficio de la salud en nuestras personas y familiares y lo queremos con calidad. En contraparte y como ejemplo, el peso de administración, pensiones, jubilaciones y premios del sistema de salud pública, es financieramente insostenible y los acuerdos para enfrentar el reto son “aspirinas de bajas dosis” que no evitarán la quiebra económica.

Este problema no es privativo de México, es mundial y en su momento ha sido tratado en los distintos foros internacionales, sin encontrarle una solución adecuada; aún más, se prevé mayores carencias en todas las áreas de atención a la salud pública.

Aun el esfuerzo de los países denominados “ricos” es insuficiente para ofrecer una solución efectiva. En Estados Unidos, Japón y Europa occidental, los costos de salud crecen fuera de control; las poblaciones envejecen, exigen más y los políticos están desconcertados. La OCDE, en 2004, informó que EU aplicó el 14 por ciento del PIB a gastos de investigación, educación y atención de la salud pública; Alemania el 10.9, Francia el 9.7, Japón 7.8, Gran Bretaña el 7.7 y Corea del Sur 5.1 y no fue suficiente.

Las burocracias de los sistemas asistenciales están a punto de ser inmanejables y los hospitales van a la quiebra. La salud pública del mundo padece un déficit financiero y las guerras y el peligro del terrorismo biológico, químico o nuclear incrementan costos. EU, aplica 120 mil millones de dólares en asistencia sanitaria y algunos estadísticos dicen que tal vez haya otro 150 por ciento en dinero que proviene de presupuestos personales o familiares. Solamente el Alzheimer consume centenas de millones de dólares anualmente.

Las enfermedades mortales en naciones ricas ya no son las infecciosas; ahora las cardiovasculares, cáncer pulmonar y otras, consecuencia de la mala administración del comportamiento individual –sedentarismo, tabaquismo, alcohol, drogas, actividad sexual permisiva, etc.- requieren dinero extraordinario para su atención durante periodos más largos.

El reto es aún mayor ante el envejecimiento de la población: mil millones de personas tendrán más de 60 años en un futuro próximo –con las consecuencias en costes en atención geriátrica y especializada– y como ejemplo, la OMS, dice que entonces una tercera parte de los japoneses habrá superado los sesenta años y en Japón, Francia, Alemania y España, uno de cada cinco habitantes tendrá más de ochenta años. Todo esto producirá efectos sociales, económicos y políticos –leyes acordes al tipo de población, disminución en pagos de impuestos, pensiones, vivienda, subempleo, jubilación, finanzas, cuidados especializados, terapias ocupacionales y diversiones– que habrá que atender.

Hoy día, existen equipos caseros que pueden ser paliativos en el uso del tiempo, esfuerzo y hasta costos a la salud pública, gracias al diagnóstico temprano, ahorros de horas médico, laboratorio, ocupación de lugares, etcétera; pero también la información inexacta, malinterpretada o manipulada, puede generar presiones que antes no existían y seguramente serán importantes. Un derechohabiente puede exigir tratamientos para enfermedades que no padece, consumir tiempo, cuidados subespecializados, utilizar camas hospitalarias desplazando a un enfermo grave que más la necesita, etcétera. Las capacidades de hospitales, personal especializado, medicamentos, aparatos diversos y hasta servicios periféricos son insuficientes.

Debo comentar que otros estudiosos dicen que vendrán generaciones más sanas con menores necesidades de inversión en pacientes infantiles, –simple descenso en la natalidad– tratamientos preventivos, educativos, –incluidos los medios de comunicación– medicamentos más eficientes y otros, que tal vez cubran parte del déficit financiero.

Incluya al problema el factor pesimista, pero real, sobre los pronósticos de injusticia social en cuestiones de salud que, por diferenciación de potencialidad económica entre países se harán más evidentes y consecuentemente, generarán mayor inestabilidad e inseguridad.

Lo cierto es que deberemos encontrar solución para México, buscando el beneficio para el mayor número de personas –no más “ismos” o ganancias de unos cuantos–, eficientándonos en todos los sentidos, actualizando leyes y convenios, –incluidos los sindicales– atendiendo con cordura la realidad del presente. ¿Usted qué dice?

ydarwich@ual.mx

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