Hoy como nunca la política exterior de México es tema del debate. Este interés se ha dado, en parte, como consecuencia de un activismo más público de nuestro país en los foros internacionales, como el Consejo de Seguridad de la ONU, durante el sexenio de Vicente Fox y como resultado de lo que se percibe como una ?falta de brújula y de una cadena de errores? en el actuar de México en el mundo.
El debate en torno a la política exterior tiene incluso como protagonistas a ex cancilleres y a ex presidentes que exponen y confrontan su visión en torno a la diplomacia mexicana. En particular, el ex canciller Jorge Castañeda ha emprendido una activa defensa personal de sus decisiones como secretario de Relaciones Exteriores (2000-2003). De igual forma, el ex presidente Carlos Salinas también salió a la defensa de su nombre, a la búsqueda de su reivindicación y de paso, a evaluar la política exterior con un artículo, publicado en Milenio Semanal, sobre México, Cuba y Estados Unidos.
Desafortunadamente el debate ha sido secuestrado por defensas, descalificaciones personales y pleitos que en poco contribuyen a la formulación de una política exterior que sea más adecuada a la realidad multipardista y de democracia electoral que el país vive hoy.
En efecto, la Constitución le da el monopolio de la formulación de la política exterior al presidente, sin que ello refleje un consenso multipartidista y mucho menos a la opinión ciudadana. En otras palabras, sin que ello refleje el sentir de qué es lo que los mexicanos queremos en y del mundo.
Bajo ese diseño, el presidente sólo debe, en teoría, atenerse a los principios constitucionales de la política exterior, enumerados en el Artículo 89, al tiempo que el Senado tiene un papel pasivo, ya que sólo puede, de acuerdo con el Artículo 76, ?ratificar los nombramientos de diplomáticos?? y ?analizar la política exterior desarrollada por el Ejecutivo?. Adicionalmente, el Artículo 133 le otorga al Senado la aprobación de los tratados internacionales.
Ese modelo está desgastado y no sirve a los propósitos de un país en el que el poder está compartido entre el Ejecutivo y el Legislativo y en el que el multipartidismo es una realidad. Como contraejemplo, en EU el Senado ratifica no sólo a los embajadores y cónsules, sino al secretario de Estado e incluso a los subsecretarios encargados de la política exterior estadounidense.
En cambio, en nuestro país el Senado no ratifica al titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) ni a los subsecretarios y eso ha repercutido en que lleguen inexpertos en la diplomacia a esos puestos. El Senado hoy es un espectador en la formulación de la política exterior y ello se ha traducido en una diplomacia personal sin apoyo nacional que sólo le abre frentes al presidente. Las comparecencias del titular de la SRE han sido un espectáculo en el que el canciller se lleva un jalón de orejas y los senadores se quedan con promesas desatendidas.
El Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales y el CIDE han dado un paso para el debate de la política exterior con la publicación del estudio ?México y el Mundo: Visiones Globales 2006?, que señala que ?la mayoría de los mexicanos desea que el ciudadano común tenga la mayor influencia en el diseño de la política exterior, por encima del presidente?. Adicionalmente se revela que ?los mexicanos favorecen una política exterior en la que el presidente y el Congreso tengan el mismo peso en la toma de decisiones?.
La política exterior debería ser un reflejo de México hacia el mundo y por ello ya no puede ser un monopolio del presidente o del canciller en turno. Por supuesto, para ello urge reformar la Constitución, ampliar las facultades del Senado y un mayor espíritu de cooperación entre Cancillería y Senado. Sólo así la diplomacia mexicana reflejará el momento que vivimos, será formulada en base a consensos nacionales y no será secuestrada por pleitos personales.
Internacionalista y politólogo
Comentarios:
genarolozano@gmail.com