El Día Internacional de la Mujer, nos constriñe a reflexionar sobre una de las formas de discriminación más extendidas que existe en nuestra sociedad: la que se da en contra de las mujeres.
Visto está que de poco sirve que exista este tipo de conmemoraciones si no avanzamos en el combate a la discriminación hacia las mujeres.
Como en muchos otros aspectos sociales, éste también es un problema de educación básica.
Si no existe una buena formación en el hogar, la discriminación continuará.
Prueba de ello, es que he visto estadísticas que indican que un alto porcentaje de las mujeres golpeadas o maltratadas, considera común que eso suceda.
Si hay mujeres que así piensan, no es extraño que sigan existiendo hombres que ven como natural el maltrato hacia ellas.
Cierto es que no es ésta la única forma de discriminación femenina, pero es la más usual y a mi juicio, la de mayor gravedad.
Todos los días se discrimina a la mujer en los centros de trabajo. Hay mujeres que cotidianamente hacen el trabajo de uno o más hombres y perciben salarios mucho menores que aquéllos.
Mujeres preteridas, en igualdad de circunstancias, para ocupar cargos de muy diversa índole.
Y para colmo, cuando llegan a ocuparlos, son criticadas por otras mujeres, alegando que llegaron a ellos por otras razones, menos por su capacidad y preparación.
Pero insisto. La violencia física, sicológica o verbal, es la más común en nuestra sociedad.
Aunque debemos puntualizar, que no sólo se da contra la mujer, sino también contra los menores y ancianos.
Sin embargo, es sumamente censurable la que se ejerce frente a las mujeres, porque comparativamente y por lo común, son seres físicamente débiles, como lo son los niños, a sabiendas de lo cual el hombre abusa de ellas.
Claro está que hay casos de excepción o en los que el hombre trata de justificarse.
Así sucedió en aquel caso que comenta mi buen amigo Íñigo, en el que al reclamarle a un trabajador del Mercado de Abastos, al que acusaron de haber golpeado a su mujer, se defendía ante la reprimenda de mi amigo, alegando que ?había sido un tiro derecho?. Que la mujer también tiraba golpes y estaba muy bien dada.
En ningún caso se justifica la violencia, menos cuando se ejerce frente a una mujer.
Sin embargo, tenemos que admitir que nos formamos en un mundo de violencia.
A los niños se nos enseña a jugar con armas y a la guerra. Hacerlo de otra forma o con otros juguetes es de afeminados.
Luego, ya en la escuela, es común que se den los enfrentamientos físicos entre alumnos y no puede uno rehuir esos combates.
De manera especial recuerdo los pleitos de esta naturaleza en la secundaria ?Carlos Pereyra?. No había día en que no se concertara una pelea en algún terreno aledaño al colegio.
Y debo añadir, que en no pocas ocasiones los mismos curas le entraban a las batallas campales repartiendo golpes como cualquier escolapio.
Viene a mi memoria la forma en que el padre Óscar Reinald, solía tratar de terminar con las broncas. Se metía al pleito y comenzaba a repartir golpes. Claro está que eran los tiempos en que en la Pereyra había puros hombres.
Esta situación no era, desde luego, privativa de la Pereyra. Se daba por igual en todas las escuelas de Torreón. En la preparatoria Venustiano Carranza, se volvió clásico el grito de ?bosque, bosque?, para divulgar que iba a haber pleito. Esto sucedía cuando La Venus estaba frente al Bosque Venustiano Carranza.
Con esos antecedentes, volvemos al punto, la educación es sin lugar a dudas la solución a los problemas de discriminación contra la mujer. Mientras no se profundice en la formación y práctica de esos valores, no podremos decir que estamos realmente actuando contra ella.
Ni siquiera la cadena perpetua para los golpeadores, puede inhibir de la comisión de ciertos delitos que tienen que ver con la formación de los seres humanos que componen una sociedad.