El discurso pronunciado por el presidente Felipe Calderón en la reunión de los trescientos personajes nominados por la revista Líderes, como los más influyentes del México contemporáneo, amerita ser objeto de comentario.
El presidente expresa el discurso en primera persona del plural (nosotros) en virtud de que los anfitriones lo incluyen en el grupo de los líderes mexicanos más connotados, por lo que se trata de un discurso autocrítico que convoca a la responsabilidad compartida y dirige el mensaje no sólo a los presentes en la reunión sino a todos los líderes sociales del país con independencia de cuál sea su radio de acción, ideología, filiación política, capacidad y alcances.
El discurso tiene como centro ideológico el pensamiento de José Ortega y Gasset, filósofo del siglo veinte que supera los extremos del pensamiento liberal individualista y del colectivismo hegeliano marxista, desde una óptica que considera al hombre en su doble dimensión individual y colectiva como protagonista de la historia.
Ortega postula que las muchedumbres o masas son actoras de los procesos sociales bajo la dirección de minorías selectas (líderes) que como individuos, se espera que actúen con estricto sentido de responsabilidad.
Bajo esta exigencia Felipe Calderón hace un llamado a la generación actual de líderes mexicanos para que asuman la misión histórica concreta que les corresponde, en orden a tomar los acuerdos que sean necesarios para consolidar el régimen democrático y reducir las diferencias sociales provocadas por la injusta distribución de la riqueza.
El discurso busca fortalecer la columna vertebral de la sociedad mexicana, en base a liderazgos que para que existan se requiere de una clase media numerosa, fuerte, ilustrada y responsable, que encarrile el destino de la República en las vías del diálogo y del acuerdo y supere los extremismos que conducen a la ambición irrefrenada de acumular riqueza y a la demagogia populista.
La responsabilidad no la atribuye el presidente por igual sino en proporción a los talentos recibidos por cada quién, por lo que asume y reparte en los presentes una exigencia mucho mayor, que la que puede pesar sobre líderes sociales más modestos y por supuesto respecto a los indigentes que integran la inmensa muchedumbre de mexicanos pobres.
El discurso visualiza la historia patria y la actualidad como un drama que sólo puede ser resuelto en la medida en que los líderes de todos los sectores (de la política, la economía, la cultura, del deporte, etcétera), sean capaces de mover a México en una dirección “…distinta al lamento eterno…”; al México del “ya merito y el ahí se va…” y al México que se agota en la búsqueda de culpables de los problemas que a todos nos toca resolver.
El discurso orteguiano ofende a los izquierdistas, porque el marxismo considera que la historia está dotada de una fuerza propia e inmanente que avasalla a la persona humana individual y por ello su visión de la sociedad culmina en la llamada dictadura del proletariado, que en la práctica es la dictadura de una minoría de iluminados que se atribuye el monopolio de la interpretación del sentir y el querer de la sociedad total.
No falta algún comentarista que frente a los conceptos de minoría selecta y muchedumbre o masa, pretenda que el discurso presidencial sea elitista y menosprecie el valor del hombre medio, sin embargo, nada de eso se desprende de su texto. En tanto que los sistemas totalitarios socialistas o comunistas como los que existen en Cuba y Venezuela, generan liderazgos burocráticos desde la cúpula del poder y a la medida de los intereses del Estado sin oportunidad alguna a la disidencia, el discurso de Calderón Hinojosa convoca a generar líderes ciudadanos desde la base de la familia y las comunidades intermedias para dar consistencia a una sociedad abierta y libre en la que florezca la pluralidad.
Algunas críticas han permeado entre los empresarios, porque el llamado a la responsabilidad compartida que hace el presidente implica que cada uno de los actores sociales pague el costo de la modernización del país y del reparto de la riqueza, con una cuota de tiempo, dinero y esfuerzo.
El presidente pone el dedo en la llaga respecto a que todos los mexicanos queremos un país mejor, pero en muy pocos existe la disposición de pagar el precio que ello implica.
En su discurso el presidente siempre refiriéndose a la primera persona del plural, invita a privilegiar el ser sobre el aparentar y pide congruencia entre pensamiento y acción. Concluye con una cita de Gandhi que suena fuerte, pero que encierra una verdad elemental, cuando alude a los tres pecados capitales de nuestra vida pública universal y mexicana: Hacer política sin principios; hacer comercio sin moral, hacer oración sin sacrificio.
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