De Festivales de Rock
El fin de semana que acaba de concluir marco el inicio de la temporada de festivales de rock 2007 alrededor de mundo, con el famoso Coachella en Indio, California, siendo el festival más importante de los Estados Unidos y que este año contó con la participación de Björk, RHCP, Interpool, Sonic Youth, Manu Chao, The Arcade Fire y el regreso de Rage Against the Machine con Zack de la Rocha (¿dónde quedó Chris Cornell?), entre otros.
En Europa las expectativas se encuentran, como cada verano, en Glastonbury, en un templado inicio de verano inglés, que como tradición, los organizadores no anuncian el set de grupos y artistas que tocarán hasta prácticamente unos días antes de que inicie el festival en el penúltimo fin de semana de junio, y como se encuentra escrito en su página oficial de Internet:
“Lo único cierto es que U2 no estará tocando”. En México no nos podemos quedar atrás y a partir de hace algunos años, 2001 para ser exactos, se lleva acabo el famoso Vive Latino, que cada año trata de presentar lo mejor de la escena no sólo mexicana, sino hispanoamericana, y de paso establecerse como el festival de rock más relevante en Hispanoamérica.
El problema de Vive Latino es que en realidad no es un festival en toda la extensión de la palabra, entiéndase festival dentro de la terminología del rock, ya que no cumple con el requisito de llevarse a cabo en una extensa propiedad de área verde o de campo fuera de territorio o mancha urbana de cualquier ciudad, o por lo menos en un lugar que no sea un recinto artificial, es decir una construcción como un auditorio, una plaza de toros o un estadio, como lo es el Foro Sol, casa del Vive Latino en plena Ciudad de México.
Por lo tanto, un festival debe realizarse en el campo o propiedad no urbanizada, para que de esta forma logre desarrollar la magia que crea en cada uno de los asistentes el hecho de no sólo desconectarse del mundo durante dos o tres días y el ir a escuchar un mundo de bandas de rock, sino el acto de acampar y convivir con cientos de miles de desconocidos que comparten una misma afinidad musical durante los días que tiene el festival, y eso, como diría una campaña publicitaria, no tiene precio, y es ahí, para varios de los asistentes, donde radica el principal valor de un festival de rock.
En realidad el festival, pero por mucho, más importante del rock hispano, es Rock al Parque, en Bogotá, Colombia, que cada año en Octubre reúne a más de 250 mil personas, y que, ¡ojo!, es completamente gratuito.
Tal tez le sigue en cantidad e importancia el festival de Pilsen Rock, en Paraguay, también en Octubre y que convoca cerca de 130 mil fanáticos, que bueno, en su nombre lleva su patrocinio cervecero.
Ahora bien, es obligatorio hablar del festival de Rock en Río, el cual no es anual, y que sus primeras ediciones fueron en Río de Janeiro, en los años de 1985, 1991 y 2001, y que mudó de casa a Lisboa, Portugal, para los años 2004 y 2006.
Este ha sido históricamente el festival de rock más monstruoso que jamás se haya conceptualizado y realizado, centrándose en primera instancia en Brasil, sin confundir el país carioca con Hispanoamérica, caracterizándose el festival por la participación de agrupaciones sajonas de élite, y en segunda instancia bandas de habla portuguesa. Nada más en su primera versión, en 1985, Rock en Río duró 10 días, contó con la participación de Queen, AC/DC y Yes, y reunió a un millón cuatrocientos mil almas.
Obviamente el concepto de un festival de rock nos remite a Woodstock en 1969, realizado en territorio del estado de Nueva York, y que sirviera para marcar la cúspide del movimiento de la contra cultura de los años 60, aunque tal vez todo iniciara en la pequeña ciudad californiana de Monterey en 1967 en el Monterey Pop Festival, que en Junio de 1967 convirtió a Jerry García en el padrino del rock psicodélico, a Janis Joplin como la máxima muestra de interpretación vocal en el rock y a Jerry Hendrix en el gurú de la guitarra Fender, con todo y ritual que incluía quema del instrumento. luisdemetriomoreno@hotmail.com