“Es un dispositivo presidencial. No podemos hacer nada”.
Empleada de aerolínea
Este viernes pasado tuve que tomar un avión en el siempre disfuncional aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Mi plan era salir al mediodía para Veracruz, dar una conferencia, y regresar a la ciudad de México en la noche, para ir después a otro compromiso en Cuernavaca.
A este aeropuerto en particular, sin embargo, sabe uno cuándo llega, pero no cuándo sale. Dos horas después estaba yo todavía en espera de tomar el vuelo. ¿Por qué?, pregunté. ¿Algún desperfecto en el avión? La respuesta fue: “No, es un dispositivo presidencial. Y no tenemos forma de saber a qué hora podremos abordar”.
El dispositivo presidencial no afectaba todos los vuelos, ya que seguían saliendo y llegando aviones de distintas aerolíneas, pero sí a los de Aeroméxico Connect (antes Aerolitoral) y algunos más. ¿La razón? No lo sé. Quizá porque la posición en que porque estos aviones deben estacionarse en una posición más cercana al hangar presidencial. El hecho es que durante horas cientos de pasajeros y yo tuvimos que estar esperando en el aeropuerto a que terminara este dispositivo presidencial.
Quienes vivimos en la Ciudad de México sabemos que convivir con la abeja reina del país es una molestia enorme. Los dispositivos presidenciales de un tipo o de otro se convierten en una pesadilla para los ciudadanos comunes y corrientes. De hecho, en el Distrito Federal como en otros lugares del país hay claramente una regla que establece que los ciudadanos comunes y corrientes no tenemos los mismos derechos que los políticos.
Las organizaciones políticas, por ejemplo, pueden hacer manifestaciones y plantones, incluso cerrar vías primarias de comunicación durante semanas, mientras que los ciudadanos somos sancionados incluso por estacionarnos en un lugar prohibido.
Los mexicanos hemos tenido que acostumbrarnos a que cualquier traslado o acto del presidente se traduce en dispositivos de seguridad que violan nuestros derechos de tránsito. La toma de protesta y el primer informe de Gobierno del presidente Felipe Calderón, han sido ejemplos notables en el último año.
Estamos regresando a los tiempos de la presidencia imperial de Luis Echeverría y José López Portillo. En aquellos tiempos, los traslados presidenciales llevaban al cierre de avenidas durante horas mientras los desesperados ciudadanos debían contentarse con mentar madres desde las congestionadas calles cuyo flujo era interrumpido por las caravanas presidenciales.
En los sexenios subsecuentes, estos despliegues imperiales se redujeron. No es que se haya relajado la seguridad: simplemente, los operativos se volvieron más discretos y razonables. A alguien en Los Pinos se le ocurrió pensar que la violación abierta del derecho de tránsito de los ciudadanos tenía un costo político demasiado alto.
En los últimos años, sin embargo, con los presidentes panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, lejos de ver una mayor racionalización de los dispositivos presidenciales, hemos visto cómo éstos se hacen más duros y violatorios a los derechos de terceros. Estamos siendo víctimas así del cierre de colonias enteras, por ejemplo, alrededor del Palacio Legislativo de San Lázaro, y ahora de estos “dispositivos presidenciales” en el aeropuerto.
Lo curioso del caso es que el propio presidente Calderón ha buscado tener un perfil más bajo en sus operativos de seguridad. Hace algunas semanas, por ejemplo, acudió no a uno sino a dos conciertos de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina en el Auditorio Nacional. Pero en lugar de ocupar un lugar en los asientos centrales y bajos del lugar, como lo hacía Vicente Fox, rodeado de un fuerte dispositivo de seguridad, el presidente Calderón y su esposa Margarita prefirieron permanecer en el palco presidencial, que se encuentra en la parte posterior del recinto y donde la seguridad es más fácil y menos molesta.
En otra ocasión el presidente Calderón acudió al Lunario, el pequeño recinto de conciertos adyacente al Auditorio, pero decidió entrar por una puerta especial una vez que se apagaron las luces, con lo cual casi nadie notó su presencia en el lugar.
Este afán de discreción, sin embargo, no lo comparten los encargados del equipo de seguridad del presidente en otras ocasiones. Por eso los dispositivos presidenciales se han convertido en algo tan molesto.
Por lo menos yo y cientos de otros pasajeros este pasado viernes, mientras esperábamos durante horas para abordar nuestros aviones, tuvimos oportunidad de expresar mentalmente muchos saludos al presidente y a su equipo de seguridad. Y lo peor de todo es que quizá el propio presidente ni siquiera se entera de los desastres que arman los encargados de los dispositivos de seguridad a su paso.
REVOLUCIÓN
La Revolución Mexicana se ha convertido en un simple puente vacacional. Ya ni siquiera se le reserva la fecha del 20 de noviembre. El Gobierno de Vicente Fox canceló el desfile tradicional, pero el Gobierno perredista de la Ciudad de México aprovechó la ocasión para apropiarse del festejo. A tres años del centenario del inicio de la Revolución, sin embargo, es evidente que se registrará una nueva batalla por el aprovechamiento político de un proceso que, según algunos, estableció el cimiento del México moderno y, según otros, retrasó al país de manera muy importante.
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