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Don Ignacio Cepeda Dávila...| Hora cero

Roberto Orozco Melo

El domingo 22 de julio se cumplieron sesenta años de la trágica muerte del gobernador de Coahuila Ignacio Cepeda Dávila. Hace diez años escribí una serie de artículos sobre el tema en los diarios en que esta columna tiene un espacio. Posteriormente el Gobierno de Coahuila editó un fascículo con cuatro diversas visiones sobre los hechos que condujeron a Nacho Cepeda a la terrible decisión de quitarse la vida. En una reseña política de Coahuila organizada por el Archivo Municipal de Saltillo participé con una plática sobre este mismo tema y siempre que hay oportunidad lo abordo, en público o en privado.

La corta vida del segundo gobernador arteaguense de Coahuila en el siglo XX –el primero fue don Jesús Valdés Sánchez y el tercero Román Cepeda Flores— me interesó desde mi primera juventud. Hace precisamente sesenta años, siendo estudiante de secundaria y participante en el taller de Artes Gráficas que dirigía en nuestra escuela el periodista Gabriel Robledo Luna, éste llamó a cuatro de sus talleristas, entre ellos yo, para que le ayudáramos a sacar una edición extraordinaria de su semanario El Popular con la noticia de la muerte del gobernador Cepeda Dávila. Eran las doce horas del día 23 de julio de 1947.

En ese momento empezamos a trabajar sobre la portada del semanario en el taller tipográfico del periódico en que hacíamos nuestras prácticas: no había linotipo, aunque ya existían en los diarios de las ciudades grandes. Allí trabajamos en cajas de tipo movible montadas dentro de un “chivalete” con un componedor y plecas de ajuste a la mano. Don Gabriel escribió la nota informativa y la rompió en cinco partes, dando una a cada cual de los improvisados ayudantes. Al filo de las 17 horas logramos ajustar sobre la mesa de imposición la información levantada en más o menos cuatro horas. También me tocó levantar la cabeza principal en altas de 80 puntos madera. Diecisiete letras formaban la oración impresa con tinta negra. Un cliché de metal sacado del archivo reprodujo la efigie de don Ignacio Cepeda Dávila. La “extra” se vendió esa misma noche y todo el día siguiente.

En 1949 llegué a Saltillo para inscribirme en el Ateneo Fuente. Cosas del destino, el lento autobús de don Arturo Dávila, manejado por Manuel, un chofer amable y cacarizo, hacía su entrada a Saltillo por la calle de Aldama. ¿Dónde es El Heraldo del Norte? le pregunté: “Aquí mero, me respondió. ¿Te quieres bajar?” Sí, le contesté. Y en menos de un minuto estaba, veliz en mano, en las oficinas de aquel periódico del cual era yo corresponsal en Parras. Acatando la prohibición de mi padre de escribir en cualquier periódico sólo me enganché como corrector de prueba; pero luego el director Manuel Campos Rocha me improvisó reportero.

No registro la fecha exacta, creo que fue en los primeros años de 1950 cuando llegó don Humberto Flores Garza a administrar el periódico. Él era hermano de doña Estelita, la viuda del extinto gobernador Cepeda Dávila. Don Humberto me brindó un noble apoyo, valiosas orientaciones y sincera amistad. Y finalmente conocí a Chuy Cepeda Flores, un niño que difícilmente alcanzaba la altura de mi escritorio –era yo jefe de redacción— quien alzado de puntas me pidió un trabajo, cualquier trabajo. Ese niño tendría entonces unos siete años: era el hijo menor de Nacho Cepeda Dávila y pronto se hizo popular entre todos los que ahí trabajábamos.

Por muchos lados indagué y quise saber el fondo de la muerte trágica de don Ignacio. Nadie quería hablar del asunto, como si se hubiera corrido una cortina de silencio alrededor de su tumba. En la revista Provincia leí en 1956 varios artículos de León V. Paredes sobre el Gobierno de don Nacho y las circunstancias que lo condujeron a la muerte.

Ayer domingo 22 de julio vi en uno de los periódicos locales una impactante media plana de la familia Cepeda Flores. Destacaba parte de la vida y obra de su señor padre y reclamaba el olvido oficial que se tiende sobre la existencia de don Ignacio. ¡Cuánta razón tienen! Hoy lunes 23, apenas amaneció, descombré el cajón de mi escritorio y rescaté varias cuartillas con apuntes para una biografía de este personaje que tanto impactó mi juventud, sin siquiera haberlo visto de lejos; pero me bastó conocer a sus herederos para saber la calidad de hombre y de político que tenía.

Me propongo continuar hasta el fin aquel viejo proyecto. La vida y muerte de Ignacio Cepeda Dávila merece ser conocida por la juventud para que se constituya en paradigma de las nuevas generaciones de políticos. La historia de Coahuila debe consignar aquellos hechos y honrar el acto de supremo valor de Cepeda Dávila. Ojalá que pueda cumplir mi propósito.

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