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¿Dónde quedó el cancionero?

Patricio de la Fuente G.K.

“Yo soy de esos amantes a la antigua, que suelen todavía mandar flores”.

Roberto Carlos

El porvenir, sólo sombra cuando no está ligado al pretérito. El mañana se vislumbra cuando logramos esa paz que llega al habernos reconciliado con el pasado, ése que nunca más será, pero en gran medida define lo que hoy somos. Vivo hacia delante, pero defiendo -casi aferrándome- a las horas de nostalgia y he logrado tenerles cariño. La muerte nos sorprende cuando permitimos que la desmemoria y el olvido por el ayer borren aquellos dejos de lo que un día fuimos.

Me encuentro en un paraje idóneo para el recuerdo, la sublime confrontación entre la tristeza y la alegría. ¿Es posible desvincularlas? Sigo siendo joven, pero añoro aquellos tiempos donde la existencia solía ser más simple y mi equipaje era mucho más ligero.

Deseo hablar en específico del virtuosismo del amor, el arte de la conquista y aquel romanticismo que hoy perece ante el frenesí, lo fácil y mundano.

La mujer es un misterio infinito, razón de ser, todas y cada una de mis guerras. Descubrirla e interpretarla a sabiendas de nunca lograrlo por completo y que luego llegase a ser mía, era empresa a la que había que dedicarle tiempo, tacto, fineza. Claro, estar dispuesto a dar el todo implica asumir riesgos. ¿Pero acaso no vale la pena? Aunque me equivoque, si bien me partan el alma mil veces, nunca renunciaré a la posibilidad de volver a amar.

Quizá debí haber nacido en otro tiempo, soy bohemio consumado y Dios se equivocó al no hacerme yucateco, ciclotímico y algo místico. El feminismo y la independencia de la mujer no está en ningún momento reñido con la caballerosidad y los detalles: la hombría no se pierde. “Fina estampa, caballero, caballero de fina estampa, tu sombrero”, abrir una puerta, levantarse del asiento cuando se aproxima, hacerla sentir única. Veo -sin generalizar- a una generación de jóvenes que gustan circular por el camino fácil: “guapo, rico, que me saque a los antros, que traiga buen coche y una tarjeta capaz de aguantar sendos cañonazos”. Y bueno, ellos las prefieren buenotas, que apantallen a los cuates y no necesariamente muy inteligentes porque “la neta, me da mucha flojera y si a ésas nos vamos mejor me agarro una intelectual lista, pero fea como el demonio”.

El físico sucumbe y luego ¿qué carambas? Nadie como la que me confronta intelectualmente, con la que puedo compartir intereses afines, pero al mismo tiempo ninguno de los dos pierde con ello su identidad; un indispensable ámbito de lo privado para seguir siendo interesantes. Sí, detesto que me digan a todo que sí y busquen que sea yo quien les resuelva las cosas. Una relación ideal busca la unión de talentos: nada más patético que la mediocridad.

¿Imaginación? Siempre. Todavía no falla la noche de serenata y es que la música es capaz de mover todas las fibras, calmar el ímpetu y reinventar la esperanza. Y bueno, ni qué decir de una carta bien hecha, de ésas que cimbran al destinatario ya que en unas cuantas frases va de por medio la verdad sin contemplaciones. (Los correos electrónicos nos robaron algo de imaginación) ¿Lo mejor? Perdonar las fallas, aquellas que tan torpemente ignoramos ocupados en vivir.

Ante todo creo en la impermanencia de las cosas y por ello siento que el amor va cambiando con el paso del tiempo; su evolución es vital. Primero viene la pasión inconmensurable, las mariposas en el estómago, el sexo sin frenos y el error de concebir al otro como indispensable. Pasado el tiempo son muchas otras cosas las que nos mantienen unidos. Respeto, admiración, congruencia, tolerancia, podernos realmente comunicar y un proyecto en común son, quizá, elementos indispensables para llegar a un destino.

Sí, todavía no cumplo los treinta años -no estoy casado- y hablo como experto en la materia. Me permito tales licencias dado que mi vida ha sido tan intensa y apasionante al igual que “esos treinta minutos bajo el agua”; no es tiempo, es calidad, colmillo, deseos de encontrar e imprimirle ese “no sé qué” a nuestro tiempo y circunstancia.

Siempre me atrajo lo diferente, he gozado como nadie nadar contra corriente, de lo ordinario me alejo. En lo que a las relaciones de pareja atañe he cometido errores, sufrí e hice sufrir. Ello fue mi mayor aprendizaje para hoy poder estar cierto de lo que quiero y no buscarlo: lo mejor siempre llega solo.

Existe un grupo de chavos que me leen. Quisiera transmitirles mi experiencia para que no se vayan con lo fácil ni se conformen con menos de lo que se merecen. Ni poder, dinero o glamour son el camino hacia lo tangible y genuino. Tómensela con calma y ante todo ríanse todo el tiempo, búrlense de lo solemne, hagan que lo tenido por imposible se vuelva realidad.

Me encuentro frente a un lago, está prendida la chimenea y Tania Libertad canta “Alma, corazón y vida”. ¡Qué maravilla es la soledad escogida! Por otra parte, la compañía de una mujer representa un espacio que no lo llena ni la familia ni los amigos. Vendrá aquélla con la que inicie una conversación que nunca se detenga, donde se hable casi de todo, de frente y sin miedos. Tanto el hombre como la mujer debemos guardar un arcón de secretos, una intimidad inviolable que el otro respete a ultranza. ¿Qué nos quedaría sin un dejo de misterio?

Hemos dado muchas vueltas: del romanticismo perdido a lo que de algún modo deseamos; decía por ahí un yucateco ilustre:

“Sin saber que existías te deseaba, antes de conocerte te adiviné. Llegaste en el momento que te esperaba, no hubo sorpresa alguna cuando te hallé”.

¿Urgido y enamoradizo? No, más bien con visión a largo plazo y sabedor de que consigo lo que me propongo.

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