Dos polémicas contiendas electorales han impactado el sistema político de Estados Unidos y de México. En el año 2000, George W. Bush fue declarado ganador de la elección presidencial luego que la Corte Suprema de Justicia de EU ordenara la suspensión del recuento de votos en Florida. En el año 2006, Felipe Calderón fue declarado vencedor de la cerradísima elección, luego que el Tribunal Electoral decidiera que no se procedería a un voto por voto. Dos presidentes que, tras su descalabrada llegada al poder, prometieron gobiernos incluyentes, pero que sólo llenaron vacantes con miembros de sus respectivos partidos. Dos mandatarios que han afianzado su poder a través de sus roles como comandantes en jefe, a través de dos guerras, la estadounidense contra el terrorismo internacional y la mexicana contra el narcotráfico. Dos presidentes que iniciaron sus administraciones con magros índices de popularidad, pero que con los constantes llamados para unir a sus pueblos en torno a una causa común: derrotar a Al Qaeda, para los estadounidenses o minar al narcotráfico, para los mexicanos, dispararon artificialmente sus índices de apoyo ciudadano. Dos guerras o luchas que militarizan la vida pública, que amenazan con violar las garantías individuales y los derechos humanos de estadounidenses y mexicanos, según advierten constantemente organismos internacionales como Amnistía Internacional.
Dos países inundados con costosas campañas de propaganda que se han convertido en el pan nuestro de cada día, con spots que parecen hechos por la misma compañía en los cuales se le anuncia al pueblo mexicano que “el combate al narcotráfico vale la pena para mantener a los niños libres de las drogas” o al pueblo estadounidense que “la guerra contra el terrorismo será larga, pero vale la pena para defender la libertad y la seguridad de los estadounidenses”.
Dos países envenenados por las campañas negativas de las cuales los políticos abusan para ganar elecciones. Lo mismo en nuestro país con advertencias sobre Andrés Manuel López Obrador y “el peligro para México” o sobre Xavier Abreu y su “alcoholismo”, que en EU con advertencias sobre John Kerry y su “incapacidad para ganar la guerra contra el terrorismo”, que con libelos que afirman que Hillary Clinton es lesbiana o que Rudolph Giuliani es un transexual.
Dos sociedades bombardeadas por las encuestas. Diarias, semanales, quincenales, mensuales o semestrales. Encuestas que proclaman vencedores de contiendas antes de que los ciudadanos emitan sus votos. Encuestas autocomplacientes que prometen darles a los presidentes un “pulso” del sentir de sus pueblos. Encuestas y números que muchas veces sólo causan confusión y acaloran el terreno de lo político al extremo. Dos sociedades polarizadas en torno a los mismos temas sociales.
Estadounidenses y mexicanos divididos por el tema del aborto, los derechos de las parejas del mismo sexo, los inmigrantes, la eutanasia, el uso de células madre para la investigación médica. Dos clases políticas que han sabido capitalizar esos temas para incluirlos en sus plataformas electorales en busca de ganar o de ahuyentar votos para el enemigo. Lo mismo el Partido Republicano en EU, con la supuesta defensa de la “santidad del matrimonio” en torno al tema de las uniones civiles entre gays y lesbianas, que el PAN en México, con su autoproclamada “defensa de la vida” en torno al tema de la despenalización del aborto. Dos grupos ultraconservadores que extienden peligrosamente sus redes de influencia hasta los círculos más cercanos de Los Pinos y de La Casa Blanca. El Yunque, en México y los necons, en EU. Demasiadas similitudes.
La clase política mexicana parece mirar demasiado al norte en busca de nuevas formas de “deshacer” la política. Ojalá vean también las advertencias con las implicaciones que han tenido dichos modos para la democracia y para la sociedad estadounidense. ¿Sólo coincidencias?
Politólogo e Internacionalista
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