L a matanza de estudiantes en Virginia sacudió a la sociedad norteamericana y les recordó una vez más que el enemigo del terrorismo duerme en casa.
Los asesinatos de 32 universitarios dentro de un campus prestigiado y apacible como el del Tecnológico de Virginia (Virginia Tech), realizado por un estudiante de 23 años, demuestran que algo anda muy mal en ese país.
Lo más grave es darse cuenta que esta terrible tragedia pudo evitarse con un poco de sentido común y desde luego con leyes que protejan a la sociedad y no los derechos individuales que en esta ocasión beneficiaron a este joven desequilibrado Cho Seung-Hui.
Son muchas las circunstancias que se mezclaron para producir esta salvaje agresión y todas emanan de la cultura de violencia y muerte que Estados Unidos como Gobierno y sociedad ha fomentado tanto al interior como en el extranjero.
Es una cultura ambivalente que por un lado protege los derechos civiles del ciudadano que en ocasiones rayan en la exageración y por el otro viola constantemente los derechos humanos y sociales como ocurre con los inmigrantes.
La masacre de Virginia Tech es comprensible al tomar en cuenta los siguientes factores y contradicciones que influyen en la población norteamericana:
En primer lugar está la gran promoción a la guerra de Irak, convertida en un símbolo patriotero del Gobierno de George W. Bush que muy pocos norteamericanos respaldan.
La violencia que difunden los medios de comunicación como el cine, televisión, videojuegos e Internet, es otro grave factor que afecta por igual a niños, jóvenes y adultos.
Si usted vio la película The Departed, ganadora del Óscar a la mejor del año, estará de acuerdo conmigo en que se trata de un filme agresivo capaz de violentar al más sosegado.
Las leyes norteamericanas son otra aberración que contribuye a esta ensalada de terror.
En Estados Unidos una joven de quince años es arrestada si adquiere tabaco o alcohol, pero tranquilamente puede salir del colegio a media mañana a practicarse un aborto y regresar a las dos horas sin necesidad de notificar a sus padres.
Lo mismo sucede con un menor que se le prohíbe ingerir una cerveza o una copa de vino, pero puede comprar y usar drogas sin grandes complicaciones.
El uso de medicamentos como los antibióticos y anti-depresivos son altamente regulados, pero en cambio cualquier adulto puede abusar del alcohol cuantas veces lo desee.
Para un joven de 18 años obtener una licencia de manejo es toda una odisea en Estados Unidos, sin embargo enrolarse en el Ejército y ser entrenado para manejar armas sofisticadas y estar listo para matar al enemigo es cuestión de pocas semanas.
Una persona mayor de 21 años demora de treinta a noventa días en obtener los permisos para arrancar un negocio, pero en cuestión de horas puede comprar una arma de alto calibre como sucedió con este universitario que obtuvo una pistola nueve milímetros con cargadores y balas suficientes para llevar a cabo la masacre del pasado lunes.
La tragedia de Virginia podría ser la gota que derrame el vaso y solucione dos grandes dilemas que dividen a los norteamericanos: la necesidad de imponer controles sobre la compra de armas y el poner un alto a las hostilidades de Irak.
La arrogancia y negación ha crecido tanto en la sociedad norteamericana que les cuesta muchísimo trabajo reconocer y enfrentar sus graves deficiencias. Y más ahora cuando el Gobierno de Bush está empeñado en defender lo indefendible como es la guerra en Irak.
Pero seamos en esta ocasión optimistas y que la muerte de 32 universitarios inocentes sea la diferencia que logre mover las conciencias de políticos, líderes sociales y empresarios de ese país. Es urgente para el mundo entero un alto a esta cultura de la muerte.
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