Pasado mañana habrán de celebrarse los comicios intermedios en el estado de Durango, en medio de un clima ensombrecido por la violencia del crimen organizado que ha azotado a todo el país y que en la Comarca Lagunera de Durango y la propia capital, los hechos de todos conocidos sucedidos apenas hace algunas semanas, han incidido en que las elecciones se tornen un tanto cuanto especiales con relación al ambiente.
Las expectativas de los resultados son muy predecibles: en la ciudad de Durango y Gómez Palacio, el PRI se alzará con un triunfo holgado según las encuestas serias. Lerdo permanecerá del lado del PAN y el Congreso estatal será una vez más dominado por el inmutable control priista.
Es aventurado decir –y hasta irresponsable por la obligada imparcialidad- que una de las tantas causas del atraso generalizado en el estado respecto a los demás del norte del país, es la falta de alternancia en el poder local, pero no deja de ser un elemento a considerar, vayamos a los ejemplos:
Baja California es el primer estado de la República que fue gobernado por un partido de Oposición, desde 1991, en tiempos de Salinas del Gortari, el PRI asumió su primera derrota electoral a nivel del Poder Ejecutivo estatal; en Chihuahua, Francisco Barrio rompió la hegemonía del partido tricolor y un sexenio mantuvo el poder en manos del PAN, en el siguiente periodo entregaría el poder al priista Patricio Martínez, hoy la entidad federativa más grande de México, está en manos del también priista Reyes Baeza, pero alternancia ya hubo; Sonora hay que decirlo, jamás ha sido gobernado por otro partido que el Revolucionario Institucional, pero su capital ha sido dirigida por un partido real opositor; mismo caso hay en Coahuila, tanto Saltillo, Torreón como Monclova han tenido alcaldes provenientes de distintas siglas partidistas; Nuevo León ya tuvo alternancia, el PAN estuvo en el poder para después entregárselo al priista Natividad González Parás; el caso de Tamaulipas es diferente, pero la presencia importante de Pemex en Tampico y Madero y en la frontera de Nuevo Laredo con el estado de Texas, son condiciones que necesariamente generan crecimiento económico.
Durango es entonces la excepción, la capital -es cierto- pasó por un par de alcaldías de gobiernos provenientes del Partido del Trabajo, entelequia gestada por el “Hermano Incómodo”, Raúl Salinas de Gortari en los trienios de Yáñez y Cruz, en el sexenio de Maximiliano Silerio Esparza, a inicios de la década de los noventa, justo en el esplendor de Carlos Salinas, a la sazón presidente de México. Por ello, no se puede considerar que La Perla del Guadiana haya tenido gobiernos opositores. Está en la historia la presidencia municipal del “Negro” Elizondo, pero eso ocurrió en los ochenta, cuando había realmente ausencia de democracia.
El asunto de la ausencia es sólo una hipótesis, la realidad es que el bello estado de Durango sufre de los errores del pasado. Hay que señalar que el gobernador actual tomó las riendas en condiciones por demás difíciles y que ha sorteado con cierto éxito la cuesta arriba en la que se encuentra. Pero el atraso es de tal magnitud, que la tarea es casi imposible para ser percibida a plenitud.
Habrá pues que levantarse el lunes a conocer los resultados efectivos, aunque parece que la suerte está ya decidida. Lo más lamentable es que los duranguenses, por lo que se espera, acudirán con muy poca afluencia y nuevamente la apatía de la ciudadanía será el gran referente. Existe un adagio que dice que cada pueblo tiene el Gobierno que merece y la no-participación es la peor de las actitudes.
Durango necesita urgente una evolución en sus procesos productivos y sociales, amén de salir de ese atraso lacerante; una vía es la participación ciudadana activa, de la cual se carece, si no, vamos a ver qué porcentaje del padrón va a votar el domingo.
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