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Economía juvenil, callejón sin salida

Según datos del INEGI dos de cada diez jóvenes no forman parte de ninguna institución como la escuela, la religión o el empleo. (Archivo)

Según datos del INEGI dos de cada diez jóvenes no forman parte de ninguna institución como la escuela, la religión o el empleo. (Archivo)

El Universal

Más del 90por ciento de los jóvenes se pierde en tres opciones: malvivir como mano de obra barata; ingresar a la venta callejera o arriesgar la vida como emigrante hacia EU, como criminal, o en la prostitución.

A la mitad de la calle de Júpiter en la colonia San Simón, hay un altar a la Santa Muerte. Decenas de jóvenes juegan un partido de futbol, otros conversan mientras se beben la tarde con cerveza.

Es un pedazo rebelde ubicado al norte de la Ciudad de México, señalado como una cueva de maleantes y vendedores de droga.

Pero lo que en estos cien metros de asfalto se gesta es un semillero de posibles delincuentes. Los jóvenes aquí no tienen expectativa de vida, ni siquiera tienen parámetros que los conduzcan por el camino de la productividad. Se asean y se arreglan para pasar mañana, tarde, noche, parados en las esquinas como si estuvieran esperando. Es una calle llena de vidas interrumpidas.

Es la juventud en este y otros espacios del Distrito Federal que además de estar sumidos en el estigma, están aislados de la sociedad de las oportunidades. Son visibles judicialmente, pero invisibles ante los ojos del Instituto Nacional de la Juventud. Rut Berenice, una joven con una niña de tres años, llamada Alondra, con lo que sueña es tener una tienda de abarrotes propia. Jesús —que cursó hasta sexto de primaria y trabajó temporalmente haciendo pulseras que vendía en Tepito, donde vive su padre—, piensa muchos minutos para decir qué es lo que le gustaría ser de grande y al final dice que no sabe.

Ariadna, una joven de 23 años, dice antes de entrar a trabajar a una fábrica de chocolates, que su rutina diaria era levantarse, ir al mercado, bañarse, leer la Biblia y después dar vueltas en el barrio: “Mis padres, no me dieron la oportunidad de estudiar, ni me enseñaron lo que es bueno y lo que es malo”.

Giovanni, tiene 12, es futbolista y su equipo preferido es el Pumas. A eso sale a la calle, sólo a jugar y después se mete a estudiar. Oswaldo de 19 dejó de estudiar porque sus padres son adictos, ahora ya no quiere seguir porque aprendió a reparar tráileres.

Le da 200 pesos de gasto a su abuela, le compra los pañales al hijo de su hermana y lo demás se lo bebe. “Me baño, me salgo a ver qué hay, pero nunca hay nada más que beber”, dice.

Otros caminos

A 11 estaciones de Metro de aquí, el escenario se pinta diferente. En Iztacalco. “El Memo” acaba de llegar con un auto que le presume a su novia Dulce María de 15 años. Aparte del vehículo, obtuvo de sus víctimas un botín de tres mil 500 pesos.

“Ya tenemos varo para cotorrearla”, le dice a ella y a otros siete vecinos de su calle. La tarde y la noche se hacen cortas. Una patrulla los cacha a bordo del automóvil en el que beben cerveza y vodka. “El Memo” y uno de sus cómplices escapan. Dulce María y los otros cinco son detenidos. El coche iba a ser vendido al día siguiente a un tipo apodado “El Tío” que ofrece entre tres y cinco mil pesos, pero la Policía frustra las intenciones.

Lejos, muy lejos de la escena de la captura, en dos esquinas de la colonia Juárez, Manuel y Ricardo intercambian miradas. Tienen que mantenerse separados para que los clientes se acerquen. Es la vida de dos jóvenes que alguna vez trabajaron para una empresa con un sueldo base de cuatro mil pesos.

Son pareja, desde hace dos años viven juntos. Un problema legal y la mala situación económica a pesar de tener empleos formales los orilló a tomar lo que ellos mismos llaman el “camino fácil”, el de la prostitución.

Ahora se alquilan e intercambian saliva y caricias por 400 o 600 pesos. “Tomamos la decisión medio en broma, medio en serio. Estábamos “con el agua hasta el cuello” porque unos meses antes de compartir casa nos habían acusado de robo agravado en pandilla a casa-habitación. En la empresa ganábamos cuatro mil pesos al mes, sueldo que podemos ganar en una semana por trabajar media noche, así que lo dejamos”, comparten.

Olvidados por el Gobierno

Se sienten discriminados. Ignorados. Piden una oportunidad. Un espacio más allá de la esquina de su barrio. Un foro dónde expresarse. Tener su propia voz. Son 27 millones según datos del INEGI y dos de cada diez no forman parte de ninguna institución como la escuela, la religión o el empleo, describe la Encuesta Nacional de Juventud del 2005.

Sólo el diez por ciento de ellos cuenta con una profesión, aunque 72 por ciento tiene un trabajo que no se relaciona con la carrera que estudió. El resto, tiene estudios de secundaria, tres de cada diez son comerciantes. Su única institución confiable es la familia, según la encuesta.

Es la única que les ha respondido y que se ha adaptado a los cambios. “En la familia no hay error. Cuando los hijos se casan añaden pisos a la casa. Cuando la mamá ha salido a trabajar, las abuelas cuidan a los nietos, cuando los adultos de 30 años siguen en casa, los padres se adaptan. Cuando caen en la cárcel, los apoyan y los sacan, si se puede”, dice José Antonio Pérez Islas, investigador de la UNAM y especialista en jóvenes.

“La familia se está adaptando a la modernidad, es la única institución que funciona. En un 80 por ciento, la familia les consigue su primer empleo, aunque se trate de una labor delictiva, pues también ese contacto los lleva a la delincuencia”, dijo el especialista.

Poca oferta laboral

El diez por ciento de la población joven tiene una carrera universitaria, el resto es de empleados que se dedican a la mano de obra a trabajar en empresas trasnacionales, al comercio informal o a delinquir. A ese diez por ciento los estudios le sirven para conseguir un empleo, si no bueno por lo menos mejor pagado, que a alguien que sólo cuenta con la secundaria o preparatoria. Pero además existe la posibilidad del engaño.

La falta de acceso a la educación, las diferencias de sueldos entre hombres y mujeres —está comprobado que cuando las carreras se feminizan, el salario disminuye— la discriminación laboral —actualmente no hay ningún reglamento para aceptar a jóvenes rapados, con piercing, o tatuajes— y el desempleo, son los factores que obligan a la gente a acudir a cualquier oferta laboral.

Hugo Italo Morales, presidente de la Comisión Laboral de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación, dice que los esquemas de Gobierno para empatar los requerimientos y demandas de las empresas con la oferta estudiantil fracasaron por la falta de promoción e incentivos hacia las organizaciones.

En la calle de Júpiter en el barrio de San Simón, dicen los jóvenes que hasta su esquina o la puerta de su casa no ha llegado ningún programa juvenil del Gobierno.

Empresas divorciadas de la juventud

En México jóvenes y empresas están desconectados. A diferencia de otros países donde el mundo de negocios intenta influenciar las universidades o institutos especializados en negocios, en México, son pocas las corporaciones que invierten tiempo y energía en ayudar a crear buenos cuadros desde la academia.

Esta falta de nexo entre la vida real y lo educativo, hace que muchos egresados salgan con una falta de visión práctica para acoplarse a las necesidades del mundo de las empresas y terminan desempleados, dice Hugo Italo Morales, presidente de la Comisión Laboral de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra).

Muy pocas empresas ofrecen trabajos de verano o practicas profesionales, según los especialistas. Un camino que en otros países sirve para que los estudiantes puedan costearse carreras caras y investiguen qué tipo de empleo realmente quieren y con qué compañía les gustaría trabajar.

“Las vinculaciones se dan con base en becas y estudios y las empresas no quieren arriesgarse a contratar a un empleado porque éste les exigirá seguridad social y prestaciones de Ley cuando en realidad lo que están haciendo es adiestrándose, capacitándose”, añade Hugo Italo.

A la falta de participación empresarial en las universidades se suman los pocos programas gubernamentales para promover nexos entre las empresas y la oferta estudiantil.

Con estos antecedentes es claro por qué hoy en día existe una falta de competencia en los recién egresados de universidades. Las empresas esperan de los aspirantes buenos valores, lealtad, compromiso, además que cubran un perfil con alto potencial de desarrollo, auto-motivación, adaptabilidad, habilidades para trabajar en equipo, e idiomas.

La trayectoria académica no les proporciona los elementos indispensables que hoy en día demandan las empresas, explica Claudia Gomez Rueda, subdirectora de Consultoría y Capital Humano de la firma AON Consulting.

Pero las carencias no sólo se encuentran en la preparación profesional, sino también en el entendimiento de cómo debe portarse y presentarse un nuevo empleado frente a una empresa. Hoy algunos aspirantes para empleos que llegan con los pelos rapados, “piercing”, tatuajes o visten atuendos no apropiados.

Aun cuando las reglas de comportamiento no están escritas, son consejos que las universidades deben inculcar, dicen expertos.

Una generación perdida

México está en el “pico” de su población de jóvenes, pero 22 por ciento no estudia ni trabaja. Como delincuentes ganan lo que no podrían en un empleo y si los atrapan, el sistema penal los induce más al crimen sin readaptarlos.

La mayor parte de los reclusos del país es de menores de 30 años, jóvenes encerrados en cárceles o consejos tutelares en donde se “gradúan” en criminalidad en vez de readaptarse a la sociedad.

La mayoría —70 por ciento de adolescentes y muchachos mayores de edad— está en prisión por robo; la mitad de ellos hurtó objetos con un valor menor a los seis mil pesos y una cuarta parte arrebató cosas que no valían ni mil.

De los menores consignados a consejos tutelares, 57 por ciento tiene entre 14 y 17 años y casi la mitad de los que están en penales tiene entre 18 y 23 años. De ellos, 70 por ciento es de “novatos” en las cárceles y son los más maltratados por los reos reincidentes.

Su readaptación es impensable en prisiones saturadas hasta en 300 por ciento, de acuerdo con la Open Society Institute. Son simples “cajas de humanos”, quienes, en 70 por ciento de los casos, son sentenciados a menos de tres años de prisión.

Además, resultan “contaminados” por el cinco por ciento de los delincuentes considerados peligrosos, pues no hay separación entre quien roba una gallina y quien asesina a toda una familia, señala el investigador y maestro en Políticas Públicas, Guillermo Zepeda Lecuona.

Los muchachos admiran a los internos más peligrosos, los que robaron nóminas, asaltaron bancos; sobre todo a los que mataron policías. Incluso les mandan obsequios.

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