Como si se tratase de una novela de increíbles connivencias las elecciones presidenciales del año pasado resultaron, según los del PRD, una monstruosa engañifa que supuestamente urdió casi un millón de ciudadanos confabulados contra setenta millones de compatriotas.
La versión que divulgaron y siguen insistiendo en propagar nacional e internacionalmente los partidarios de AMLO, rebasa los extremos de lo increíble. Su pretensión es causar estado y dejar sentada la versión de un monumental fraude para insertarlo en los anales de la historia nacional como herencia para todas las generaciones futuras
Al igual que ha quedado indeleblemente sellado el oprobio del 2 de octubre de 1968, quieren aplicarle al 2 de julio 2006 el lema “no se olvida”.
Las diferencias son, empero, profundas e impiden toda similitud para que se equiparen estas dos fechas. Mientras que el 2 de octubre de hace 39 años fue la tragedia provocada por la cerrazón de un presidente de la República que no entendió que los movimientos sociales pueden encauzarse constructivamente por la vía del diálogo hacia un consenso social progresista, el 2 de julio de hace un año fue un crítico parteaguas en que se corrió el peligro de entregar el poder supremo del país a un rencor social sin programa coherente.
Los números de la elección del año pasado fueron, sin duda. desconcertantes para todos los mexicanos. Unos quisieron reconstruir los escenarios de fraude y caídas de sistema surgidas de oscuras maquinaciones electrónicas como sucedió en 1988, orquestadas desde las tinieblas del poder. Para otros, los resultados fueron precisamente los más temidos ante la ausencia del recurso de una segunda vuelta electoral como se usa en otros países europeos y latinoamericanos.
La verdad es que con 500 mil funcionarios de casilla aleatoriamente escogidos y otros tantos representantes de candidatos y de partidos, era imposible la manipulación de las boletas y de las actas firmadas y guardas en los sobres. Habría sido una operación sólo imaginable en un régimen capaz de controlar simultáneamente a millares de conciencias con diversos intereses partidarios.
La actuación del IFE, institución ciudadana, cuya autoridad era central para mantener el equilibrio, fue sensata al negarse a anunciar resultados preliminares que arrojaban un estrechísimo margen de diferencia entre los dos candidatos. Hacerlo, hubiera auspiciado que los que se sabían perdedores generaran una confusión mayúscula de la que sólo ellos derivarían ventaja.
Pronto se desvaneció la versión de las boletas misteriosamente segregadas para alterar la contabilidad electoral.
Los aspectos legales fueron minuciosamente examinados por el Trife que sopesó la insistencia perredista en un segundo conteo al coro de “voto por voto, casilla por casilla” encontrando que la hipótesis del fraude abstracto no tenía un andamiaje sustentable y que sólo servía para crear una atmósfera de descrédito institucional a dimensión nacional.
Son muchas las lecciones que todos aprendimos de las elecciones que llevaron al PAN por segunda ocasión a Los Pinos. Entre ellas, está la inevitable necesidad de instituir la segunda vuelta electoral para impedir que una pequeña diferencia porcentual ponga en vilo al país.
No hay que continuar con campañas tan prolongadas que desgastan a los electores y a todos los participantes por igual. El gasto astronómico en propaganda política que entregó ríos de dinero a los medios, particularmente a la televisión y a la radio, tiene que ser reducido a proporciones congruentes al modesto nivel de vida de los electores.
Todas éstas y otras más debemos exigir que sean traducidas en reformas para seguir perfeccionando nuestras instituciones electorales que ya son, objetivamente, de las más avanzadas del mundo, para que los comicios nacionales de 2009 y 2012 consoliden confianza y no como ahora pretextos para frenar la marcha nacional.
Hay que estar claros. El 2 de julio de 2006 México estuvo a punto de perder el rumbo y de entregar el Gobierno a la caprichosa e irresponsable seudoizquierda personalista que hoy mismo estaríamos padeciendo.
Es esto lo que no hay que olvidar.
Junio de 2007.
juliofelipefaesler@yahoo.com