EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

El arte del Siglo XX cumple cien años... de estar embroncado

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Es uno de esos juguetes inmemoriales, que siguen siendo atractivos para los niños, hayan nacido éstos en tiempos de la TV en blanco y negro o en plena era del Internet. Se llama Señor Cabeza de Papa y en el nombre lleva la fama. Es un tubérculo de plástico, al que se le puede pegar ojos, bocas, orejas, cejas, sombreros, piernas, brazos y hasta restiradas-de-la-Maestra de todos los tipos, colores y sabores. Los críos se divierten horrores cambiando la fisonomía del engendro, creando una nueva faz cada día. U hora. O minuto. Depende de la imaginación y resistencia al aburrimiento del infante.

Pues bien, uno de esos juguetes es personaje secundario en esa maravilla de película que es “Toy Story” (1995), uno de los mejores filmes animados de todos los tiempos. En una escena, el Señor Cabeza de Papa se coloca los ojos en la frente, la nariz a un lado de la cara y la boca en donde iría normalmente el cachete izquierdo y bromea: “Mira: un Picasso”. La anécdota sirve para ilustrar dos cosas: que a fines del Siglo XX, uno de los mayores monstruos creativos de todos los tiempos, el malagueño Pablo Ruiz Picasso, seguía siendo visto por la masa del público como simple autor de monigotes deformes y que buena parte del arte plástico contemporáneo continúa siendo incomprensible para la ya mencionada masa del público, whatever that is.

Todo lo cual viene a cuento porque este año se conmemora lo que, para no pocos críticos, es el centenario del arte de nuestros tiempos. Efectivamente, el mismo Picasso pintó en 1907 el que se considera el primer cuadro que podemos adscribir de manera estricta al siglo XX: “Las señoritas de Aviñón” (“Les damoiselles d’Avignon”), el cual constituye uno de los más conocidos de nuestra era, quizá sólo rivalizado por el “Guernica”, del mismo autor. En este mundo en el que sobran pintores (o que dicen serlo), el que la mayoría de la gente sólo conozca las obras de uno o dos, habla volúmenes de lo que vamos a comentar luego.

Si el título de “Las Señoritas...” le suena, pero es de los que no puede conectar nombre con obra en las pruebas que le mandan por e-mail, aquí le va una breve y muy objetiva descripción del cuadro: sobre un fondo dividido en tres por distintas tonalidades, cinco figuras color carne-anaranjado en distintos matices y de no tan obvia adscripción femenina, posan muy monas. Las dos del centro parecen estar rapadas; las dos de la derecha, portar máscaras africanas. Al centro abajo, una naturaleza muerta parece más muerta porque las frutas son grises. Todos los trazos son rápidos, las formas apenas insinuadas. El pecho de la figura de la extrema derecha es un rombo, la rodilla de otra es un triángulo, la única sentada parece tener la cara viendo hacia la espalda, cual niña de “El Exorcista”.

En suma, una novísima forma de entender cómo se plasma la realidad. Cuando Picasso la pintó y se salió con la suya, aquello fue un grito de “¡Fuera guantes!” que resonó por todo el mundo: el arte del siglo XX no se iba a someter a ninguna regla, convención ni límite. Las transgresiones de los impresionistas, puntillistas, fauvistas y postimpresionistas habían sido juegos de niños. Ahora venía la verdadera confrontación con todos los cánones presentes y pasados.

De ahí siguió la cascada de “ismos” de que tan nutridas iban a estar las décadas siguientes: cubismo, expresionismo, surrealismo, dadaísmo, futurismo, minimalismo... Que incluían ya no sólo a las artes plásticas, sino que les hicieron cancha a la literatura, la fotografía, el teatro, el cine. Sin duda, una explosión de creatividad y experimentación como nunca la había experimentado el mundo.

Sólo que hubo un pequeño problema, como apuntábamos más arriba: que la inmensa mayoría de la gente ni se enteró. Y si se enteró, no lo comprendió o no le interesó. Buena parte del arte del siglo XX se desligó totalmente del grueso del público. Por primera vez, había arte con ese nombre que el hombre común y corriente no acertaba a catalogar con tan alta designación. De manera tal que, acerca de buena parte del arte de su tiempo, analfabetos y universitarios por igual tienen los mismos criterios: los del Señor Cabeza de Papa.

Algunos dirán que el arte siempre fue elitista, dirigido básicamente a conocedores (o al menos enterados). Y que los movimientos para hacer populachera la expresión artística, como el muralismo mexicano o los ballets folklóricos de tantos países, son más bien la excepción que la regla. Pues sí, pero no. No va por ahí la cosa.

Y es que, claro, hace quinientos años quien comisionaba un cuadro era miembro de la élite y quizá era capaz de discurrir los arcanos simbólicos del mismo. Pero un campesino iletrado de Toscana veía un “Cristo” de Caravaggio y de perdida sabía que era un Cristo y por las que había pasado. De la misma manera que el público más conocedor y exigente de La Scala de Milán es el de gallopa y no hace mucho puso de patitas en la calle, a media función, a un tenor que no era de su agrado. Lo mismo que en Inglaterra la gente común se sabe de memoria obras enteras de Shakespeare, que ha escuchado en la calle y gimnasios escolares durante toda su vida. El arte es elitista, quizá. Pero el público no tiene por qué serlo. Lo que hallamos en nuestros tiempos es que el arte marcha a un son y buena parte del público a otro.

¿Qué provocó ese divorcio en los últimos cien años? ¿Será que se borraron los moldes y reglas, provocando el equivalente intelectual de un pleito de cafetería escolar, en donde cualquier cosa se vale? ¿O que surgieran tantas corrientes (y tan efímeras) que nadie les seguía la huella? ¿Fallaron las escuelas (¡hasta de eso tienen que echarnos la culpa!) al no educar a los jóvenes en los vericuetos de la nueva estética? ¿O fracasaron los artistas, al no saber comunicar su sensibilidad a gente acostumbrada a lo formal, a que las cosas son como son y las mujeres suelen tener los ojos (dos) arriba y a los lados de la nariz?

¿O quizá haya sido lo tumultuoso y pendenciero que resultó nuestro siglo, lo que impulsó a las masas a desentenderse de lo que los artistas les querían hacer tragar? ¿Tuvo que ver esa falta de interés con el hecho de que hasta las sandías se ideologizaran? ¿O será la masificación de los medios, con su contundente función atarantadora, lo que ha impedido la difusión y comprensión del arte contemporáneo por parte de las masas?

¿O tal vez resulta que buena parte de ese arte es simple y sencillamente malo y a nadie podría importarle menos? ¿O que, a la mayoría del pueblo de México, ver 18 mil chilangos encuerados tiritando en el Zócalo le da más risa que otra cosa?

Por supuesto, éste es un debate que tiene casi lo mismo que las famosas “Señoritas”. Y no tiene para cuándo darse por terminado. Mientras tanto, la masa de la gente seguirá prefiriendo la Gioconda impresa en el calendario de la Miscelánea “Las Quince Letras”; o las estampas pintadas por Jesús Helguera, del robusto Popo cargando a la buenísima Izta, en el almanaque de la Carnicería “La Ternera Epicúrea”. ¿Alguien puede culparlos?

Consejo no pedido para evitar tener periodo rosa: Vea “Sobreviviendo a Picasso” (Surviving Picasso, 1996) con Anthony Hopkins, para que vea cómo pasan las de Caín quienes Sí viven con un genio (no con uno que se cree) y vea “Carrington” (1995) con Emma Thompson y Jonathan Pryce, sobre el mundillo del arte y el mundote de la angustia. Provecho.

PD: ¿Para cuándo el par vial Tecnológico-Gómez Morín? ¡Fidias se tardó menos en lograr que Zeus posara para su estatua en Olimpia!

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 275070

elsiglo.mx