Hace unos días tuve la oportunidad de participar en el segundo encuentro internacional de poetas celebrado del 31 de mayo al dos de junio en Delicias, Chihuahua. Además de la combebencia, el buen comer, el placer de viajar, y el conocer la persona y obra de poetas de México, Venezuela, Colombia, España y Estados Unidos; lo que me dejó el encuentro es la grata experiencia de haber formado parte de un evento que se salió de las huestes de la palabra para difundirse entre el público de la ciudad. Debo confesar que sólo había asistido a un encuentro de poetas jóvenes en Monterrey, Nuevo León y que esas jornadas se volvieron un suceso que se ciñó únicamente a la interacción y lectura de autores para autores, sin aportar nada el estado de las letras y sin ejercitar discusión alguna sobre el papel de la poesía en nuestros días. Todo fue un pretexto para el desmadre.
En cambio, en Delicias, los participantes, que éramos alrededor de sesenta, tuvimos la oportunidad de ir a leer a las cárceles, a las secundarias, preparatorias y universidades de Delicias, y de pintar un muro del mercado de la ciudad además de dejar un tendedero con poemas para que todo el peatón que quisiera llevarse un texto a casa lo hiciera.
Me sorprendió que en la secundaria en la que leí, los alumnos preguntaran ansiosos por los poetas antes de iniciar la lectura. Al entrar en la sala, el grupo de seis poetas al que pertenecí, nos encontramos con un público muy nutrido, cerca de 70 escolares que escucharon con mucha atención y silencio las dos rondas de poemas y que también participaron con lecturas de textos de su autoría y de poemas enseñados por sus padres.
Según me contó un camarada chiapaneco que le tocó visitar la cárcel municipal de Delicias, la respuesta de los internos fue aún mayor, siendo la voz de los autores un remanso ante las condiciones penitenciarias de los internos. El final de la lectura se transformó en una catarsis en la que tanto poetas como reos se abrazaron y formaron un círculo de humanidad compartida.
El encuentro fue organizado por el municipio de Ciudad Delicias, El Consejo Municipal de Estacionómetros y el Gobierno del Estado a través del Instituto Chihuahuense de la Cultura y la Editorial Chihuahua Arde Editoras S.C. y fue coordinado por María Merced Nájera Migoni, directora de la editorial.
En el acto de apertura se nos dio una reseña de la historia de la ciudad de Delicias que guarda enorme parecido con Torreón: surgió como una población a partir de la llegada del ferrocarril, fue región vinícola y algodonera, tiene un río que la separa de una población vecina y es relativamente joven, apenas cumplirá 74 años; y sus mujeres, que no sólo tienen bien merecido y comprobable el gentilicio de “Deliciosas”, también comparten la belleza norteña y un sonsonete en el acento que las vuelve más atractivas.
Lo que considero problemático del encuentro, y que encontré tedioso, fueron las kilométricas horas de lectura de poesía que me hicieron escaparme el segundo día de eventos y que provocaban en varios de los asistentes bostezos y tedio. Conjuntamente la memoria impresa del evento fue realizada azarosamente por lo que no se incluyó a varios participantes. Pero lejos de esos detalles, el hecho de haber estado en Delicias, conocer la obra de poetas que por la división geográfica difícilmente pueden contactarse; hacer amigos y camaradas; valió el viaje.
Creo que otro de los aspectos que quedó pendiente fue el tratamiento sobre la importancia del poder de la palabra, la necesidad de realizar un vínculo con la sociedad, la separación que ha tenido el poeta del pueblo al cercar la voz en lo ininteligible y el compromiso social que la palabra y la poesía deben refrendar.
Entre los poemas leídos abundaba la ironía, el epigrama (que es un poema de tono satírico y burlesco), el erotismo, la sensualidad, la mística, la experiencia vital, la reflexión sobre la palabra, y sí, por desgracia innoble del infortunio, hasta el final, el poema de protesta y combativo.
Queda aquí el testimonio de mi gratitud hacia el encuentro, sus organizadores, sus participantes y mis patrocinadores, y la esperanza de que se apliquen los mecanismos de unión del pueblo con sus poetas a través de la juventud y de los espacios públicos tan desaprovechados por nuestras autoridades culturales, que, como menciona Antonio Malacara en su ensayo “El jazz nuestro de cada día” publicado en la revista Tierra Adentro #129; implementan políticas culturales que “no han pasado de ser una mera acumulación de inercias que evidencian, sexenio tras sexenio, la olímpica apatía y la histórica ignorancia de los sujetos y sujetas que cobran por implementarlas, burócratas que, en el menos peor de los casos, se refugian en la eventitos y el clientelismo. Y uno los ve ahí, inmersos en la arrogancia y el humor involuntario, mareados en medio de un círculo cerrado que, entre otras muchas cosas, todavía no descubre los secretos de la continuidad y la asesoría. Claro que con un buen cuentahilos pueden localizarse algunas excepciones que bien sirven para confirmar la regla”. Asesorías que deberían solicitar para que no salgan con convocatorias flacas y de escuetos resultados como la torreonense Financiarte o sin tenerlas siquiera como en Gómez Palacio y Ciudad Lerdo, Durango, urbes que no por ello dejan de realizar la labor cultural que les corresponde a cada una, aunque sea insuficiente.
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