En la mayoría de los regímenes parlamentarios, el dirigente del partido en el poder suele ser el Primer Ministro o Jefe de Gobierno. De manera tal que el titular del Poder Ejecutivo es al mismo tiempo el dirigente indiscutible de su partido. Por supuesto, en ocasiones se dan roces, broncas, gritos y sombrerazos, procedentes de miembros o grupos de su mismo partido. Pero esos problemas por lo general se ventilan en el interior de la organización, sin darle mayor proyección: como dicen por ahí, la ropa sucia se lava en casa.
En muy raras ocasiones, la rebeldía de algunos miembros del partido puede culminar con la remoción del líder; en cuyo caso, por simple sentido común, debe también dejar su puesto como Jefe de Gobierno. La premisa es simple: si no puedes controlar a los tuyos, menos podrás tener la confianza de todo el país... incluidos aquellos que no comulgan con tus ideas.
En el viejo México priista, el líder del tricolor solía ser un mero apéndice y herramienta del Presidente de la República, quien era el verdadero chipocludo y tomador de decisiones. Después de los desastres de Labastida y Madrazo, esa posición ha venido dando bandazos y su peso real y capacidad de decisión todavía están por verse.
En el PRD se ha dado un fenómeno semejante: el liderazgo del partido ha quedado supeditado a un caudillo carismático, primero con Cuauhtémoc Cárdenas y ahora con Lopejobradó. En ese caso también está por verse cómo evolucionará en el futuro la posición de jefe oficial del partido.
El PAN era el más institucional de los partidos en términos de cómo escoger liderazgos y componer los mecanismos de poder dentro del blanquiazul. Además, tradicionalmente los líderes panistas eran al mismo tiempo ideólogos y símbolos de resistencia al autoritarismo, fieles representantes de la famosa “brega de eternidad”. Y solían limar asperezas dentro de la estructura partidaria sin hacer mucho ruido ni dejar moretones.
Esa tradición se visto trastocada con los exabruptos del actual dirigente del PAN, Manuel Espino. El cual, un día sí y el otro también, le anda enmendando la plana y poniendo piedritas y piedrotas en el camino al Presidente de la República... el que se supone es su correligionario.
En vista de tantas novedades como se han dado a partir del rompimiento de la hegemonía priista, uno podría pensar que esas actitudes de Espino tienen que ver no sólo con sus patentes desacuerdos con Felipe Calderón; sino también con el hecho de que el PAN no ha sabido procesar la “sana distancia” entre la Presidencia y el partido.
Pero aquí y en China, el Jefe de Gobierno es el que debe tener la última palabra, sea quien sea el líder partidista. Y más le vale a Espino que entienda eso cuanto antes... si no quiere pasar a la historia como uno de los peores enemigos del PAN. Y a las pruebas me remito: nada más acuérdense de Yucatán, donde el blanquiazul sacó a relucir sus peores defectos... y por eso perdió la gubernatura. A ver cuánto tiempo aguanta el partido en el poder el que su jefe parezca adalid de la Oposición. Cosas veredes, Mío Cid.