Uno de los peores sustos que me he llevado en mi vida ocurrió por un requisito burocrático. Cuando hube de renovar mi visa de residencia en Canadá, como parte del proceso me tuve que hacer un examen médico. Éste incluía una radiografía de tórax. Para mi alarma, el doctor me dijo, luego de revisarla, que sería necesario tomarme otra y quizá un escaneo. Siendo un fumador inveterado desde hace más de treinta años, aquello me puso los (pocos) pelos de punta. Luego de hacer todo lo que se me indicó, y de pasar algunos días de angustia pensando en mi testamento, el doctor me dijo que el procedimiento se había requerido porque en mi pulmón había una mancha consistente con un absceso de tuberculosis. Y que a un tuberculoso no se le podía permitir estar en el Canadá sin tratamiento o sin saber qué tan proclive estaba a contagiar a otros. En Canadá, un brote de tuberculosis es considerado algo muy, pero muy serio.
Yo le expliqué que México está libre (o casi) de tuberculosis desde hace décadas, precisamente porque a mi generación la vacunaron hasta en los lugares más recónditos, allá en los sesenta. Y que la mancha que se veía en la placa era la reacción que mi cuerpo había desarrollado a la vacuna. Al menos eso pensaba yo, y al médico (que era de origen pakistaní y algo había de saber de las campañas de salud gubernamental en el Tercer Mundo) le pareció aceptable la explicación. Fin de la historia: no me volvieron a molestar en el año que todavía permanecí en Canadá.
Todo esto se los cuento, porque una noticia reciente me llamó la atención y me hizo recordar aquel susto: resulta que sobre el un tal Andrew Speaker, cayó una orden oficial de cuarentena en EUA. Y ello, porque se detectó que estaba infectado con una cepa de tuberculosis inmune a cualquier tratamiento. El angelito, además, desdeñó una advertencia previa de que no podía viajar y se fue de luna de miel a Italia. Eso es un viaje transatlántico, metido en un avión con otros doscientos pelados. En Italia recibió el aviso de que debería presentarse a las autoridades sanitarias de ese país. Speaker, suponiendo que iba a caer en manos de matasanos sicilianos, tomó un avión a Montreal para evitarlos a ellos y a la aduana estadounidense. O sea, un segundo viaje transatlántico.
Finalmente las autoridades norteamericanas le echaron el guante y ahora se halla en aislamiento en un hospital de Denver. Existe en estos momentos una alerta internacional para quienes hayan compartido aeronave con el necio tuberculoso.
Todo ello subraya un hecho poco conocido: que para muchos países la principal amenaza previsible no son el terrorismo, el calentamiento global ni la salida temprana en las eliminatorias del Mundial; sino el tener que vérselas con una epidemia que se salga de control, debido a la resistencia a los antibióticos que muchos microbios han desarrollado en los últimos setenta años... que es lo que llevamos usando y abusando de esas armas antimicrobianas.
Según el peor escenario, puede haber nuevos brotes de viejos enemigos que ya creíamos derrotados, pero que regresarían por sus fueros con malévola venganza. Y poco podríamos hacer por detenerlos.
Así que la epopeya del terco infectado es sólo un indicio de lo muy en serio que los gobiernos toman esa amenaza... de la que poco se habla por no espantar a la gente. Ya con la gripe aviar tenemos suficiente.