Comentábamos en días pasados en este mismo espacio que ya iba siendo hora de que Manuel Espino, el presidente del Partido Acción Nacional, se pusiera las pilas. Decíamos que sus imprudentes ataques al presidente de la República se le iban a revertir como bumerang, por una razón muy sencilla: el jefe de Gobierno en funciones es, por naturaleza, quien debe encabezar al partido que lo llevó al poder. Así ocurre en todas las democracias parlamentarias del mundo, y en muchas otras que no tienen esa característica.
Además, y es un factor a considerar, a seis meses de haber asumido el poder, el presidente Calderón tiene un alto nivel de aceptación por parte del público: prácticamente dos de cada tres mexicanos (el 65%) se muestran satisfechos con lo hecho por el michoacano hasta la fecha. Lograr esos números cuando hace diez meses casi dos de cada tres mexicanos (de nuevo, el 65%) no votó por él, habla mucho y muy bien de la estrategia mediática de Calderón. Ya si los resultados prácticos respaldan ese apoyo es otra cuestión.
Y si el presidente de la República tiene buen rating, no se puede decir lo mismo de Espino en particular y los dirigentes políticos en lo general. La población desprecia a la clase política mexicana, a la que considera inepta, corrupta y sinvergüenza... ¿por qué será?
Además de que el talante de Espino la verdad no es como para ganar ningún concurso de popularidad. Y si a eso le sumamos sus antecedentes en la ultraderecha, era evidente quién iba a salir lastimado por andarle corrigiendo la plana a Calderón.
Todo ello quedó en evidencia el pasado fin de semana, durante al Asamblea Nacional del PAN que tuvo lugar en el Bajío. Ahí, Espino fue recibido con una rechifla espantosa, y letreros que lo denostaban como si fuera un enemigo del partido blanquiazul, y no su presidente.
Para colmo, el Consejo Nacional del PAN terminó dominado sin duda por elementos calderonistas. Así que los días de influencia de Espino parecen haber llegado a su fin. De hecho, ya se empieza a discutir si debe renunciar antes de que termine su mandato dentro de diez meses.
En todo caso, la trayectoria de confrontación que Espino había mantenido con Calderón deberá cambiar de curso. Imposible seguir enfrentándose a quien demostró tener, a la chita callando, las riendas del partido en las manos. Imposible continuar buscándole bulla a quien le pegó una paliza tan pública y notoria. Y nunca en mejor momento. Ahora que empiezan las verdaderas negociaciones para avanzar en las reformas estructurales, el que Calderón no tenga que distraerse vigilar el flanco de su propio partido, ello sólo puede ir en beneficio de México.