Seguramente muchos de ustedes vieron la película “Diamante de sangre”, en la que Leonardo DiCaprio interpreta a un mercenario en pos de una joya de raras cualidades, en medio de la guerra civil de Sierra Leona. Lo que impresionó a mucha gente fueron las escenas de brutalidad, que incluían la mutilación de civiles y la esclavitud de niños secuestrados para trabajar en las minas de diamantes. Lo que más debería de impresionar al público es que la película se quedó corta en relación con lo que pasó en Sierra Leona durante la década pasada.
Otra película menos popular, pero quizá más impactante es “Hombre peligroso” (Lord of War, 2005) en que Nicholas Cage interpreta a un traficante de armas que se vuelve millonario proveyendo a dictadores y guerreros de todo tipo alrededor del planeta. En la película se ve que su personaje tiene una relación muy compleja con un señor de la guerra de Sierra Leona llamado Andre Baptiste. No se necesita mucha imaginación para ver que Baptiste no es otro que Charles Taylor, quien fuera presidente de Liberia, país vecino de Sierra Leona. En ese carácter y luego como rebelde, Taylor fue el responsable de cientos de miles de muertos y mutilados en su país y en el vecino... tal y como se ve en la primera película citada.
Pues bien, hace unos días se inició en La Haya, Holanda, un juicio a cargo de un Tribunal internacional impulsado por la ONU, que tiene como objetivo investigar y castigar las atrocidades cometidas en Sierra Leona. El primer reo en comparecer es, precisamente, el ex presidente Charles Taylor.
Que los responsables de tanta muerte no hubieran sido castigados por el infierno en la tierra que crearon en esa parte del mundo, era una espinita clavada en la conciencia internacional, de las que causan urticaria. Por ello se conjuntó una Corte internacional, que decidió abrir sus sesiones con el genocida más notorio, el mismísimo Taylor.
El cual algo parece haberle aprendido a Slovodan Milosevic, el ex presidente serbio también acusado de genocidio, que se las ingenió para demorar su juicio por una Corte internacional durante años, alegando tontería y media y quien terminó falleciendo de causas naturales sin haber sido sentenciado.
Y es que Taylor optó por no acudir a las diligencias de arranque de su juicio. Alegó que el procedimiento era “un fraude y una charada” y que había un sesgo en su contra: él sólo tenía una abogado, en tanto que la fiscalía contaba con nueve; ah, y el café de la acusación estaba más cargado.
El caso es que, de nuevo, un ex mandatario enfrentará a la justicia internacional. Independientemente del dictamen y la sentencia, ése solo hecho hace que los dictadores y déspotas y señores de la guerra de este mundo duerman menos tranquilos. No por sus conciencias, sino por el conocimiento de que pueden terminar en La Haya. Y no precisamente admirando los campos de tulipanes.