Que los índices de aceptación de George W. Bush anden por los suelos, no es de extrañarse. Después de todo, le mintió a su pueblo para meterlo en un conflicto del que no se ve cuándo o cómo va a salir con bien. Pero lo más alarmante para el texano es que sus propios correligionarios están furiosos con él... y no precisamente por la cuestión de Irak.
En las últimas semanas, Bush ha tenido que lidiar con los escándalos de dos colaboradores, a los que ha tratado de maneras muy diferentes. Y sobran los republicanos que cuestionen fuertemente el por qué Bush se ha portado como lo ha hecho.
Por un lado, Scooter Libby, el jefe de staff del vicepresidente Dick Cheney, fue condenado a pasar treinta meses en prisión por su rol en el escándalo del caso Valery Plame. Quizá recuerden ustedes que la cobertura de esa agente de la CIA fue destapada para castigar a su esposo, quien había puesto en tela de juicio las supuestas evidencias usadas como pretexto para la intervención en Irak. Libby fue el encargado de maniobrar para destruir la cobertura de Plame... y por ello fue sentenciado a la cárcel. Por supuesto, Libby seguramente estaba obedeciendo órdenes superiores, pero de eso no dijo ni pío durante el juicio. De manera tal que es visto por los republicanos como un chivo expiatorio leal y fiel. Y sobran quiénes claman por que la Casa Blanca le otorgue un indulto presidencial. Desde ese punto de vista, Libby está pagando por otros y Bush debería de impedir que vaya a chirona.
Por supuesto, otorgarle el perdón a Libby causaría furor entre demócratas e independientes. Pero en vista del descrédito de su Administración, ¿ya qué más da eso? Como dicen por ahí, las cenizas no arden... y les daría por su lado a los republicanos que exigen que Libby no acabe en prisión, pagando los platos rotos por alguien más.
Por otro lado, muchos republicanos no comprenden por qué, en cambio, Bush ha defendido a capa y espada a su procurador general, Alberto Gonzales. Éste se ha visto involucrado en un escándalo relacionado con la remoción de fiscales federales por motivos políticos. El caso en su contra es, en cierto sentido, más claro y de mayor impacto que el de Libby... y sin embargo, Bush se ha ido a los extremos tratando de defender a su viejo camarada.
¿Por qué sacrificar a un peón leal como Libby y sostener a alguien indefendible como Gonzales? Es lo que se preguntan muchos republicanos. Y de cómo responda Bush, dependerá el apoyo que recibirá de su partido en los últimos meses de su mandato... el cual puede terminar de manera todavía más desastrosa si se las ingenia para, además de todo y para colmo, enajenarse a sus propios partidarios. Lo dicho: todo un chivo en cristalería.