Bien sabemos que la norteamericana es una cultura contenciosa y proclive a demandar a quien se ponga al alcance de la mano por quítame acá estas pajas. Así, ha habido gente que se ha vuelto millonaria al ganar juicios por tonterías realmente ridículas. Destaca la señora que demandó a una cadena de comida rápida porque la muy bruta se quemó al probar el café... algo que el envase no advertía. Desde entonces, verán en muchos vasos desechables la notable leyenda de que hay que tener cuidado porque el contenido está caliente. ¡Mira nada más!
Como ha habido quien demandó a su cirujano plástico porque a la hora de la hora, tras la operación, el ombligo le quedó un centímetro descentrado. Esto le causó a la fémina tal estrés y angustia moral, que el médico hubo de pagar una millonada para que a la paciente de excéntrico ombligo se le quitara el agüite.
Pero incluso en una sociedad con tanta tendencia a la exageración, un caso reciente hizo levantar no pocas cejas y se convirtió en chiste recurrente de los programas televisivos de tarde por la noche. Y es que el señor Roy Pearson, quien para colmo funge como juez, demandó a una tintorería por haberle perdido los pantalones que había dejado para su reparación y lavado. Como no cumplieron con lo prometido en un cartelón situado dentro del establecimiento, que decía “Satisfacción garantizada”, el juez Pearson exigía una compensación por 54 millones de dólares. Sí, leyó usted bien. 54 millones de dólares por un pantalón. Mejor dicho, porque en el caso específico de ese pantalón, los lavanderos coreanos no cumplieron con lo prometido.
El juez Pearson quiso presentarse como adalid de los consumidores cotidianamente engañados por ese tipo de publicidad. La mayoría de la gente vio todo el asunto como una desmesura. Después de todo, los acusados habían ofrecido compensarlo hasta con doce mil dólares, lo que parecía un buen arreglo considerando que los pantalones no eran ni siquiera nuevos. Pero Pearson se amachó con sus demandas y el tiro le salió por la culata.
Terminando con el caso, una jueza desechó por completo la demanda y ahora Pearson no sólo no recibirá un quinto, sino que tendrá que pagar los gastos legales de quienes fueron acusados por él. No sólo eso: la jueza lo puso como trepadero de mapache por hacer perder el tiempo a la Corte, e insinuó que debería revisarse su condición de juzgador: quien anda con esas frivolidades, está difícil que sea uno bueno. Si se me permite el chiste fácil: el buen juez por su casa (y su caso) empieza.
En todo caso, el simple hecho de que el asunto llegara a tribunales y que la resolución demorara varios días, nos habla de por qué los procesos legales en Estados Unidos tardan tanto y son tan caros... como aquí, aunque sin llegar a esos extremos ridículos.