Este mesurado espacio no suele sumergirse en las profundidades del comentario deportivo y mucho menos en lo relacionado al futbol, por dos razones: porque hay otros cincuenta millones de comentaristas (o por áhi) en suelo patrio; y porque mínimo hay como diez millones más capaces que un servidor. Así que mejor les dejamos a ellos la ingrata tarea de deshuesar y analizar los acontecimientos que tienen que ver con pegarle de patadas a una pelota.
Sin embargo y dado que la atmósfera nacional se ha despejado por la victoria mexicana sobre la banca brasileña, no estaría de más recapacitar acerca de algunas cosas que se han dicho en las últimas semanas, que tienen que ver no sólo con el futbol, sino también con una condición francamente desconcertante del espíritu mexicano.
Uno de los principales argumentos que se esgrimió para darle la dirección técnica de la Selección al pedante, pesadísimo Hugo Sánchez, es que era un gran motivador. Que iba a impulsar a los ratoncitos a nuevas alturas inyectándoles en las mitocondrias la noción del “¡Sí se puede!” Cuando en la Copa de Oro la mentada motivación no se vio por ningún lado y la mayoría de los seleccionados que juegan en Europa prefirió largarse por vaya uno a saber qué motivaciones, nadie volvió a hablar del asunto.
Pero ya que se le ganó al Brasil BBB, se resucita la cuestión de lo buen motivador que es Hugo. Después de todo, los chamacos dejaron el alma en la cancha, se la partieron, le echaron todos los kilos. Sudaron la camiseta que fue un contento, durante 90 minutos... por lo que recibieron un sueldo equivalente al de un diputado federal. O sea, que así qué bruto cuánto sacrificio, pues no.
Con otra: ¿Qué motivación se necesita para jugar bien en la Selección Nacional? ¿O para jugar a secas? No sé si me equivoque, pero creo que cientos de miles de niños venderían su alma al Diablo con tal de enfundar la casaca verde. ¿Y estos ganapanes necesitan ser motivados? Creo que miles de jugadores profesionales, semiprofesionales y de cascarita empeñarían mujer, casa, carro, suegra y perico por la oportunidad de marcar a Robinho o descerrajarle una patada al central Alex. ¿Y resulta que estos millonarios mimados necesitan que se les motive? ¡Válgame!
Lo mismo pasa en otros ámbitos. Pregúntenle a cualquier maestro de preparatoria o universidad, a ver si las autoridades escolares no le han aconsejado que “motive” a sus alumnos. ¡La clase privilegiada de este país, los que tienen acceso a la educación en uno de los países más desiguales del mundo, necesitan que los empujen a hacer sus tareas y manifestar un mínimo de interés por el estudio!
Algo anda muy chueco en nuestro país si las cosas están así. Algo no funciona si para aprovechar las oportunidades hay que andar chipileando a los afortunados, a los privilegiados. Y así es poco lo que se puede progresar como país. Y dejen ustedes como país: ¡como selección! ¿Saben qué? Mejor aquí le dejamos: de plano ya me desmotivé.