A medida que uno se va volviendo viejo y perdiendo pelo y paciencia, una de las frases que más nos choca oír es ésa de: “¡Pero mira qué rápido se ha pasado el tiempo!” Como si los veteranos no lo supiéramos...
Y mucho me temo que es una expresión que vamos a escuchar con frecuencia en este día. Y es que hoy hace un año, México vivió la elección presidencial más disputada de su escasa, fraccionada vida democrática.
Ya ha pasado un año y a mucha gente le parece que aquello ocurrió hace una barbaridad. No sólo eso: volviendo la vista atrás, muchos no comprenden el porqué del sonido y la furia que pareció acompañar a esos días.
Y es que, recordarán ustedes, en los días previos al 2 de julio de 2006 abundaron los agoreros del desastre y profetas del Apocalipsis. Se resucitó la tesis del choque de trenes... como si en este país quedaran ferrocarriles que pudieran moverse, ya no digamos estrellarse. Los dos principales bandos pintaban al contrario como el Anticristo y prometían que su victoria acarrearía quién sabe cuántas desgracias a la patria: unos decían que México echaría para atrás las Leyes de Reforma y nos gobernaría “El Yunque” en mancuerna con Norberto Rivera; los otros, que nos arriesgábamos a ser gobernados por un clon tabasqueño de Chávez (el acento sí lo tiene igual), que pensaba nacionalizar hasta los puestos de tacos de buche. Hoy sabemos que ambas nociones eran falsas y que este país puede aguantar eso y más. Lo interesante es cuánta gente se creyó esa propaganda histérica.
Cualquiera con un mínimo de objetividad sabía que la elección iba a estar muy cerrada: la mayoría de las encuestas serias marcaba un empate técnico. El IFE había previsto ese escenario. De hecho, fue lo que en teoría dijo a las once de la noche Juan Carlos Ugalde. El problema fue que no lo dijo de esa forma, sino con un discurso burocrático que nadie entendió. Recuerdo que esa noche toda la taquería en donde cenábamos se quedó con los totopos a medio camino siguiendo por la tele a Ugalde. Terminó su discurso y todos se voltearon a ver desconcertados. Un servidor, atendiendo la Virtud Teologal de enseñar al que no sabe, expliqué lo que no supo explicar el presidente del IFE y se le va a reprochar per sécula seculorum: “El margen entre el primero y el segundo es de menos de un uno por ciento; por eso no pueden dar proyecciones”. Que, insisto, era lo esperable... para quien quisiera ver las señales sin anteojos ideológicos.
Luego vino el recuento; los alegatos de un fraude que nunca existió ni ha sido ya no digamos probado sino siquiera explicado; las protestas, la dilapidación del capital político perredista, la bufonada del Presidente Patito, el fandango de la toma de posesión, la derrota contra Estados Unidos, la victoria contra la banca de Brasil... y uno se pregunta si esos días de trueno valieron la pena. Si no deberíamos ya de madurar lo suficiente como para no seguir retornando al pasado sin aprender una sola lección de él. Si no es hora de dejar de pelear las mismas batallas, abandonar nuestras eternas querellas y mirar hacia delante con espíritu fresco y altura de miras. Quizá sea mucho pedirles a nuestros incompetentes, ineptos políticos. Pero como que ya nos merecemos algo distinto.