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El comentario de hoy

Francisco Amparán

Para un presidente norteamericano, los últimos dos años de su segunda administración suelen ser los más duros. Como ya no se puede reelegir, mucha gente de su entorno le empieza a dar la espalda, la oposición se le tira a la yugular y la gente deja de tomarlo en serio. Si además viene acarreando malas decisiones desde su primer periodo, entonces ese presidente se las va a ver negras.

En el caso de George W. Bush y para acabar de fruncir lo arrugado, desde enero tiene que lidiar con un Congreso dominado por los demócratas. Y éstos no pierden oportunidad de ponerle piedras en el camino. Aprovechando que Bush tiene uno de los índices de aprobación más bajos de los últimos cuarenta años, al Legislativo se le hace fácil meterle zancadilla y media al tonto del pueblo que ocupa la Casa Blanca.

Desde esa óptica podemos interpretar la manera intempestiva en que el Senado norteamericano mandó a la congeladora la iniciativa de reforma migratoria en la que tantas esperanzas se habían puesto a este lado y aquél del río Bravo. Las esperanzas despertadas por el proyecto fueron destrozadas por la miopía de quienes no desean arriesgar nada en estos tiempos electoreros, y aprovechan para humillar en lo que le puedan a un Presidente que no les cae nada bien y está resultando sumamente impopular.

El problema es que habrá que esperar al menos dos años para resucitar una propuesta migratoria viable. Nadie quiere mover las aguas en tanto no se sepa quiénes serán los candidatos presidenciales el próximo año, ni cómo van a armar su discurso de cara a esos comicios. Y como el tema migratorio es particularmente volátil, los senadores decidieron no meterse en camisa de once varas y dejar todo para después.

El problema es que eso va a afectar la vida de unos doce millones de inmigrantes ilegales y las de cientos de miles que se la juegan tratando de acceder al Sueño Americano. A fin de cuentas, con su decisión, el Poder Legislativo norteamericano deja colgadas de la brocha a millones de ilusiones, expectativas y proyectos.

A fin de cuentas, el migratorio es un problema humano de gran complejidad. Y si no se toma en serio o es empleado como munición para las guerras interpartidistas, lo que ocurrirá es que se volverá cada vez más intratable, más complejo. Y eso no le conviene a nadie. Ni a los inmigrantes actuales ni futuros. Ni a la economía norteamericana que tanto depende de ellos. Ni a los cuerpos de seguridad paranoicos con la amenaza terrorista, que seguirán teniendo debajo del radar a millones de personas... la mayoría de las cuáles sólo quieren trabajar honradamente, pero que se ven obligadas a moverse en las sombras. Mal asunto para un país que se niega a ver las cosas con realismo.

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