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El comentario de hoy

Francisco Amparán

Lo siento: es mucha la tentación de cotorreármela acerca de los cuentos chinos que, dispersados en los últimos días, apuntan hacia la existencia de un auténtico complot mongol... o, según lo que se ha podido entender, de mongoles, si nos atenemos a lo inverosímil de las versiones presentadas, de manera tan poco hilada, por el señor Zhenli Ye Gon y sus abogados.

Creo que de todo este asunto hay tres cosas qué resaltar. La primera, que debido a la costumbre que tienen nuestros políticos de siempre querer vernos la cara de tontos, ahora cualquiera se siente con el derecho de hacerlo. Porque, digo, las historias fantásticas que se sacó de la manga el señor Ye Gon sólo se las puede creer un débil mental o un ingenuo de siete suelas, de esos que mandan pedir la Cruz de Caravaca o la Pata de Conejo de Ur recortando cupones de las revistas. Claro que historias más descabelladas y con gramática semejante, se las oímos todos los días a una buena parte de nuestra inepta, parasitaria clase política. Pero a ésos les pagamos nosotros. Que ahora nos quiera jugar el dedo en la boca un particular... y sin hablar bien castellano, además. ¡Habrase visto!

En segundo lugar, llama la atención que se haya creado una tormenta en un vaso de agua por un asunto tan torpemente planteado. Y a la tormenta la han alimentado muy diversos actores: la prensa extranjera y sobre todo la nacional; ciertos de políticos, que no tienen nada mejor qué hacer que andar opinando muy originales estupideces acerca de otras estupideces. Y el mismo Gobierno Federal, que cayó en la trampa de responder con santa ira a esas tonterías. La verdad, nuestras instancias públicas tienen la mecha muy corta y un tiempo de reacción increíblemente breve. Pareciera que en este país todo se hace al botepronto. Nadie se toma un respiro para ver de qué se trata el asunto, sopesar los elementos en cuestión y concluir que todo se trata de una vacilada. Grotesca, bizarra, pero vacilada a fin de cuentas.

La tercera cuestión es la más delicada y a la que menos atención se le ha puesto: un extranjero se instala en el país, se nacionaliza sin saber hablar castellano y se hace rico traficando con sustancias restringidas y mercancía decomisada en las aduanas. ¿Cómo pueden ocurrir tantas cosas raras sin que el susodicho apareciera en las pantallas de radar de las autoridades? Y a todo esto, ¿quién dio el pitazo para que se encontraran las pilas de billetes que todos vimos hace unos meses? Lo importante es que, más allá de la desbordada imaginación del señor Ye Gon, tuvo que haber mucha gente involucrada en sus andanzas por estos lares. Sin embargo, se ha creado una cortina de humo en base a versiones extravagantes, cartas de risa loca y solicitudes de entrevista con el presidente. Y de lo serio e importante, ni sus luces.

Al rato nos van a decir: “O te distraes con cualquier burrada... ¡o cuello!”

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