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El comentario de hoy

Francisco Amparán

Una de las mejores indagatorias fílmicas sobre el corazón de las tinieblas del terrorismo la podemos encontrar en la película “Syriana”, dirigida y actuada por George Clooney; quien, además, recibiera un Oscar como actor de reparto por su interpretación de un veterano panzón y desilusionado operativo de inteligencia norteamericano. En “Syriana” convergen varias historias para explicarnos la muy compleja cadena de causalidades que lleva a un atentado terrorista suicida. Al encargado de perpetrarlo lo vemos a lo largo de la película como un joven sin esperanzas, trabajando como burro en un empleo mal pagado, sintiéndose humillado por los extranjeros y sin mucho sentido qué darle a su existencia. Esto lo detecta un reclutador integrista, quien lo atrae a su lado y lo prepara para que su vida tenga un propósito: pegarle a los infieles extranjeros y a los musulmanes vendidos al mejor postor.

Parte de la fuerza de la película radica en lo claramente que uno puede llegar a comprender al muchacho suicida. Al menos entendemos sus motivaciones: miserable, sin educación, en un callejón sin salida, no resulta muy tirado de los pelos entender cómo es atraído hacia el integrismo islamista fanático.

Así solemos ver a los terroristas suicidas: jóvenes, pobres, ignorantes, sin ningún camino alterno para su vida, sin ningún tipo de ilusión. Por eso van tan campantes al martirio: porque no tienen nada qué perder.

Esa apreciación, hasta cierto punto, puede resultar reconfortante: la gente que se vuela en pedazos junto a quienes tienen a un lado, lo hace porque carece de perspectivas en este mundo. Como están desesperados, su acción tiene una cierta lógica interna.

Pero ¿qué decir de un médico, casado, con un empleo fijo, con cierta afluencia y que vive en el Primer Mundo, que decide volarse junto a los usuarios del aeropuerto de Glasgow? ¿O que colabora con otros médicos para poner coches bomba en pleno Londres?

El desmantelamiento del grupo terrorista que pretendía cometer atentados de fuerte impacto en Inglaterra ha dejado un amargo sabor de boca y ha enviado un fuerte escalofrío por el espinazo de la Gran Bretaña: no se trata de muchachitos ignorantes y desadaptados. Quienes pusieron los explosivos no se la pasaban recitando oraciones en las mezquitas, lavados de cerebro por clérigos incendiarios. Eran personas educadas, de clase media, con sus necesidades vitales resueltas. Y, hasta donde sabemos, aceptadas por su comunidad profesional. Un perfil totalmente distinto al del terrorista de Cisjordania, las Torres Gemelas o la Franja de Gaza.

¿Son los médicos terroristas una anomalía? ¿O se trata del inicio de una nueva tendencia? Si esto último es cierto, los escalofríos de las Fuerzas de Seguridad occidentales están plenamente justificados.

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