El segundo país con mayor población musulmana del mundo es Pakistán. Además, esa nación se encuentra situada entre Irán y Afganistán, por un lado, y la India, por el otro. Y la India es la democracia más grande, y el segundo país más poblado del planeta. Tanto la India como Pakistán se han estado viendo feo desde hace sesenta años, cuando nacieron. Y eso no sería tan importante de no ser porque ambos países tienen armas nucleares.
O sea que, en resumidas cuentas, Pakistán resulta un país clave en una región muy tormentosa de nuestro pobre mundo. Y mucho me temo que la estabilidad nunca ha sido su marca de clase.
Ello ha quedado en evidencia en estos últimos días, en que Pakistán se ha encontrado en el primer plano noticioso.
Por un lado, tenemos el enfrentamiento entre las Fuerzas de Seguridad paquistaníes y un grupo de estudiantes fundamentalistas que se ha atrincherado en una mezquita en el centro de Islamabad. Hasta este momento, la situación se mantiene en una tensa calma. Pero eso podría cambiar en cualquier momento, pudiendo transformarse en un baño de sangre que tendría repercusiones en todo el mundo musulmán.
Por otra parte, el presidente Parvez Musharraf no las tiene todas consigo. Primero que nada está la cuestión de su ilegitimidad, dado que llegó al poder a través de un golpe de Estado. Por eso y por otras razones, ha tenido que sortear media docena de atentados contra su vida, el último la semana pasada, cuando dos misiles fueron disparados contra su avión. Y para terminar de fruncir lo arrugado, en estos momentos enfrenta numerosas críticas por su torpe intento de destituir a un juez de la Suprema Corte, pasando por encima de toda atribución constitucional. Musharraf parece experto en hacerse de enemigos.
De manera tal que una solución violenta al sitio de la Mezquita Roja podría traducirse en una cadena de acontecimientos críticos y con resultados imprevisibles. Y ésas son malas noticias para los Estados Unidos.
Y es que buena parte de la estrategia de Bush en su “guerra contra el terrorismo” depende de tener al Gobierno paquistaní como aliado. Aunque Pakistán no ha sido muy entusiasta en la supresión de Al Qaeda o la búsqueda de Osama bin Laden, a quien suponemos escondido en la frontera afgano-paquistana, al menos ha detenido a algunos terroristas prominentes y suprimido varios brotes fundamentalistas. En el peor escenario concebible, un Pakistán que cayera en manos de los integristas musulmanes, para Estados Unidos sería la peor catástrofe política en esa zona desde la caída del Sha de Irán en 1979.
Así pues, hay que seguir de cerca los acontecimientos de estos días en Pakistán. No lo parece, pero podrían ser decisivos para los años por venir.