Sus Eminencias siguen sin entender que calladitos se ven más bonitos. Como si no hubiera suficientes asuntos contenciosos en este país, la Jerarquía Católica se aventó la semana pasada a introducir un nuevo tema a debate, en una agenda nacional que ya está rebosante. La verdad, México no necesita meterse a discutir una propuesta que resulta, en estos momentos (y en otros) sumamente inoportuna.
El dilecto Cardenal Rivera lanzó un buscapiés tamaño Saturno V, al plantear que deben discutirse una serie de reformas constitucionales que saquen a los miembros del clero de su condición, dice él, de semiciudadanos.
Primero que nada está el momento en que se lanza la propuesta. Con broncas de narcotráfico, cuentos chinos, guerrillas misteriosas, reformas paralizadas y crecimiento exiguo, ¿es necesario poner a orear un asunto tan añejo y tan impertinente? Algunos dicen que la ofensiva de Rivera tiene que ver con un protagonismo dinámico que ha ordenado Benedicto XVI en todo el planeta. El Papa Ratzinger parece haber entrado en una nueva fase de su ministerio, una mucho más agresiva y proactiva. Y dentro de la misma estaría incluida esta propuesta en México, el segundo país con más católicos en el mundo.
Otros creen que el clero le trata de medir el agua a los camotes de la Administración panista, precisamente cuando tiene las manos llenas de problemas. Sin embargo, el asunto le concierne al Legislativo, no al Ejecutivo, que poco o nada puede maniobrar en ésta como en muchas otras circunstancias.
Sea como fuera y por las razones que fueren, la Jerarquía presentó una ristra de propuestas que le darían al clero una mayor influencia y protagonismo en nuestra vida pública. Algunas son más viejas que la cachimba, otras relativamente novedosas. Veamos las principales:
Una propuesta es que parte del Impuesto sobre la Renta se destine al sostenimiento de los cultos religiosos aprobados y funcionales en este país. Esto ocurre, por ejemplo, en Italia, donde un 8 por mil (o 0.8%) del ISR que el ciudadano paga, si éste así lo decide, va a dar a algunas denominaciones religiosas, fundamentalmente la Iglesia Católica. Sí, pero ese caso tiene que ver con el Concordato de 1929, para que el entonces Reino de Italia indemnizara al Papa por las tierritas que le había quitado en 1870. Y ojo, es voluntario. Aquí uno se pregunta por qué un ateo o deísta tendría que subsidiar con sus impuestos a una congregación que ni le viene ni le va. Si la Basílica de Guadalupe es el santuario cristiano más visitado del mundo, uno se pregunta: ¿qué no tienen llene?
Esta cuestión del impuesto religioso es sólo una de varias sinrazones que soltó la Jerarquía. Sobre otras igualmente impertinentes seguiremos comentando el día de mañana.