Comentábamos ayer cómo la semana pasada que la Iglesia Católica Mexicana decidió someter a discusión una serie de propuestas que, según esto, le concederían ahora sí la condición de ciudadanos plenos a los miembros del clero. Según el cardenal Rivera, los ministros de culto de todas las religiones registradas en la Secretaría de Gobernación, ven coartados algunos de sus derechos legítimos. Aquí la cuestión es que el horno no está para bollos en estos momentos; que los argumentos empleados para sustentar la propuesta son al menos cuestionables; y que entre lo planteado están cuestiones que no tienen nada que ver con la ciudadanía del clero, plena, amputada o pirata.
Por ejemplo, se plantea que la educación pública debería incluir la enseñanza religiosa. Alegan que muchos padres de familia demandan ese tipo de servicio. Y que el bajo nivel de moralidad que vemos en nuestra sociedad se debe precisamente a la falta de educación de ese tipo. ¿Qué tiene que ver esto con los derechos ciudadanos de los clérigos? Misterio absoluto. Pero este asunto tiene más puntas que un puercoespín.
Primero que nada, la base fundamental del Estado moderno es la separación entre las iglesias y el Estado. Para ello, éste debe crear las condiciones para la tolerancia de todas las creencias y el no inclinarse por ninguna. Promover un determinado culto iría en contra de la libertad de conciencia, una premisa esencial de la modernidad. Yo no puedo obligar al niño de un padre protestante a que lleve clases de catecismo católico. Y habría que recordar que un mexicano de cada nueve no es católico.
La enseñanza religiosa no es garantía de futura moralidad. Muchos de los pillos que nos han desvalijado a lo largo de las últimas seis décadas eran católicos practicantes, de comunión dominical y toda la cosa. Y no habría que olvidar que muchos de esos ladrones contaban con la aprobación y hasta bendición de algunos señores de mitra y cayado. ¿O ya no se acuerdan de Girolamo Priggione?
Además, si los esforzados muchachos del SNTE son notoriamente incapaces de enseñar bien el alfabeto, como lo demuestran todas las pruebas internacionales a que se someten nuestros infantes, ¿se los imaginan explicando el misterio de la Santísima Trinidad? ¡Vade retro, Satanás!
Y ultimadamente, querer que la educación pública cargue con la enseñanza religiosa es endosarle al Estado una atribución en la que, y a las pruebas me remito, la Iglesia Católica Mexicana ha fallado miserablemente desde hace largo tiempo. Muchos niños dizque católicos no tienen la más remota noción de lo que es su religión. Muchos adultos dizque católicos recitan el Credo cada domingo como cotorras y luego andan preguntando si la Magdalena se casó con Jesús. Sí, sus eminencias. Primero limpien la casa y realicen una pastoral decente y comprometida, antes de andarle endilgando al Estado obligaciones que ustedes han dejado de cumplir desde hace mucho, mucho tiempo (creo que despuecito que a mí me retrataron con vela, misal y rosario). Y mejor aquí le dejamos. De veras da coraje. ¿Por qué hemos de volver a pelear la Guerra de Reforma, así sea a punta de saliva, cada dos o tres generaciones?