Ya lo habíamos dicho en este espacio (y a veces uno se cansa de tener siempre la razón): que las acusaciones del empresario sino-mexicano Zhenli Ye Gon en contra de muy diversos sectores del Gobierno Federal de nuestro país eran una vacilada. Grotesca, bizarra, pero vacilada a fin de cuentas.
En una conferencia de prensa que se convirtió en circo mediático, los abogados de Ye Gon le dieron una nueva dimensión al concepto “cuento chino”. Nada de lo que dijeron sonó verídico, no aportaron una sola prueba de nada y le sacaron la vuelta a acusar a nadie en concreto. Quizá ello haya tenido que ver con la joviana cólera con que reaccionó el secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón; el cual, de manera sumamente imprudente, se aprestó a presentar demanda en contra del empresario oriental en cortes norteamericanas.
Total, mucho ruido y pocas nueces… o poco chop suey, al gusto del cliente y para estar a tono.
De todo este asunto cabe hacer notar tres cuestiones:
La primera, que ya habíamos comentado, es que de lo sustancial nadie parece ocuparse: ¿Quién le dio autorización a Ye Gon de importar la seudoefedrina? ¿Quién le permitió hacer trácalas en las aduanas con mercancía decomisada? ¿Cómo se autorizó la nacionalización de alguien que no domina el español ni para entender una telenovela… lo que ya es decir?
La segunda cuestión es cómo se le ha dado vuelo a una noticia que no tiene lógica, pies ni cabeza. La conclusión obvia, creo, es que tanto la prensa mexicana como la opinión pública están dispuestas a creer cualquier acto de corrupción del Gobierno de este país, aunque el denunciante sea un delincuente fugitivo, aunque la acusación sea totalmente delirante. Como que los mexicanos estamos genéticamente predispuestos a considerar que nos gobiernan unos pillos, capaces de cualquier trapacería… y por eso consideramos a nuestras autoridades en la disposición de cometerla a la menor oportunidad.
La tercera cuestión debería de poner a pensar a nuestros políticos… si es que son capaces de realizar alguna operación mental de cierta complejidad. Y es que, por lo que se colige de las reacciones de prensa y público, la mayoría de la población tiende a pensar que nuestra clase política se caracteriza por ser peculiarmente estúpida. ¿Cómo pensar que sea remotamente cierto que una persona pensante le encargue millones de dólares en efectivo a un desconocido… y uno conocido por trácala? ¿Qué adjetivo se le puede adjudicar a un político que se avienta la frase “Coopelas ¡o cuello!”? ¿De veras tenemos tan baja opinión de la gente que nos gobierna?
Quede todo ello para la reflexión y el muy nutrido anecdotario nacional de lo absurdo. Y que no se nos olvide lo más importante: ¿De dónde salieron realmente esas pilas de dinero?