Hace setenta años, el Estado mexicano tuvo la genial idea de dedicar una hora de transmisión por radio a todo el país, en todas las emisoras, los domingos por la noche. A ese espacio radiofónico le dieron el original nombre de La Hora Nacional.
Se suponía que la función de ese programa era crear conciencia cívica, conmemorar el santoral patrio creado por los gobiernos emanados de la Revolución y unificar ideológicamente al país (nació en el Cardenismo, remember). Lo cual tenía cierto sentido en los tiempos en que la mitad de la población era analfabeta y por tanto, alejada de las noticias impresas y cuando el radio era el principal medio de comunicación masiva, en un país en el que ese medio se desarrolló mucho más que en cualquiera otro de Latinoamérica.
Con el tiempo, La Hora Nacional se fue convirtiendo en una antigualla cada vez menos escuchada. En el ámbito periodístico corría el chiste de que La Hora Nacional, en efecto, unía a todos los mexicanos: en cuanto empezaba la transmisión, la nación entera apagaba sus aparatos.
Con todo, La Hora Nacional es una manifestación benigna de la intervención gubernamental en los medios electrónicos. En Cuba, ese país que tanto adora la izquierda neandertal mexicana, no hay una sola emisión independiente. Cada palabra, cada canción que los cubanos escuchan en su radio, proviene de los esbirros del decrépito tirano Fidel Castro; el cual entiende que conservar la mordaza sobre los medios ha sido un factor que le ha permitido mantenerse oprimiendo a la isla bella durante casi cinco décadas.
En Estados Unidos se van al otro extremo: un discurso presidencial puede o no ser transmitido a nivel nacional por las cadenas televisivas; ello depende de si éstas consideran que el mensaje tiene un significado importante y vale la pena dejar de pasar “Lost” para que la gente escuche las incoherencias del tonto del pueblo que habita la Casa Blanca. Ha habido ocasiones en que un mensaje presidencial fue transmitido por una cadena y no por las otras.
Por supuesto, si uno quiere sustraerse de mensajes políticos, siempre queda el refugio de la televisión de paga. Así, en vez de escuchar el Informe Presidencial y ver los desfiguros de nuestros parasitarios legisladores, uno puede sintonizar una película de terror o un programa cómico de cachetada y pastelazo. Digo, al menos ésos están hechos por profesionales.
Todo ello viene a cuento porque en Venezuela continúa el estira-y-afloja entre Hugo Chávez y la televisora privada RCTV. Ésta reanudó transmisiones por cable, desafiando al dictador narcisista-leninista (como lo llama el buen Andrés Oppenheimer). Como respuesta, Chávez ahora amenaza con obligar también a las operadoras de cable venezolanas a transmitir sus mensajes, empezando con esa ópera bufa delirante que es el programa “Aló, Presidente”.
Así pues, ni en la televisión de paga podrán los sufridos venezolanos evitar la figura de su particular Mesías Tropical. Si a eso no lo llaman tortura masiva y violación tumultuaria de los derechos mentales de la ciudadanía, no sé qué puedan considerar como tal. Pobre Venezuela.