La mayoría de los países tiene un mito fundacional. Esto es, un evento a partir del cual se crearon las bases de lo que luego sería una nación. Éste puede ser más o menos histórico, más o menos verídico; lo importante es que tenga un fuerte impacto sentimental y sirva como referente para la autoidentificación de una comunidad como un grupo nacional.
En México, el acto definitorio de nuestra identidad se halla plasmado en el escudo nacional: según esta versión de las cosas, el pueblo mexicano tiene su origen con la fundación de México-Tenochtitlan, en un islote señalado por los dioses mediante un águila parada en un nopal (lo de la serpiente fue un agregado posterior). Que esos supuestos mexicanos no hablaran castellano, no fueran católicos, no conocieran el tequila, el mole, los mariachis ni los charros y no fallaran un pénalty en su vida, no parece importar mucho que digamos: se supone que aztecas somos todos y de ahí venimos. Sea por Dios.
El mito fundacional de Suiza se halla en un pintoresco lugar a orillas del Lago de Lucerna. Según la tradición, hace siete siglos, en un sitio llamado el Pastizal de Rütli, los representantes de tres cantones o regiones juraron unirse en una confederación para defenderse y asegurar la paz y el comercio entre ellos. A esos tres cantones originales se les fueron uniendo otros, que pasaron a conformar lo que hoy llamamos la Confederación Helvética, mejor conocida entre la raza como Suiza.
Para conmemorar ese hito, cada día primero de agosto hay una celebración en el Pastizal de Rütli. Y aunque nadie da de campanazos, ni hay fuegos artificiales como si se tratara de una batalla de la Primera Guerra Mundial, para los suizos la festividad tiene la máxima importancia. Pero últimamente ésta ha tenido sus bemoles.
En 2005, un grupo de neonazis creó severos disturbios durante la celebración. De manera tal que, al año siguiente, se hizo una selección supuestamente cuidadosa de los asistentes a la fiesta. ¡Imagínense que la pachanga en el Zócalo del 15 de septiembre fuera por invitación!
El resultado fue tal que el Gobierno de Lucerna, al que le corresponde organizar el guateque, anunció que este año no movería un dedo, no pondría un cinco y que le hicieran como quisieran. Ante la perspectiva de quedarse sin festejos del nacimiento de la nación suiza, un par de empresarios millonarios tuvo que apechugar con la cuenta. De manera tal que, por primera vez, la fiesta nacional suiza se va a celebrar… con financiamiento privado. Y todo por el alboroto de un puñado de racistas. Que ello ocurra en la plácida y muy civilizada Suiza, nos habla horrores de cómo están las cosas en Europa… mucho menos tranquilas de lo que una buena parte de la gente piensa.
Éste, amigos, éste es nuestro mundo. Que tengan un buen día.