POLÉMICA POR UN RASCACIELOS
Los edificios grandotes-grandotes suelen servir como símbolos de una ciudad. Así, el Empire State Building ha representado a Nueva York durante más de setenta y cinco años. Y aunque las Torres Gemelas lo superaban en altura, ello no destronó a la percha donde célebremente se trepara King Kong en las versiones cinematográficas más rescatables.
La Torre Sears de Chicago, las Torres Petronas de Kuala Lumpur, la Taipei 101 de la capital taiwanesa, son otros ejemplos de cómo edificaciones impresionantes pueden definir el carácter y la imagen de una ciudad.
Quizá por ello se ha armado un movido debate en la Ciudad de México con motivo del anuncio de la construcción del rascacielos más alto de Latinoamérica en la capital del país. Por ello y por otros detallitos.
El edificio sería de 300 metros de altura y tendría una forma curiosa, que algunos han interpretado como de ataúd. En teoría sería inaugurado en el año 2010, lo que le daría su nombre: la Torre del Bicentenario. Se supone que se refiere al bicentenario de la independencia nacional. A nadie parece importarle que este país cumpla 200 años de ser independiente hasta el remoto 2021.
En caso de construirse, la Ciudad de México volvería a tener el edificio más alto del subcontinente, mérito que tuvo durante muchos años la famosa Torre Latinoamericana, la de enfrente de Bellas Artes.
Pero no se crean que el anuncio fue recibido con aplausos por parte de todo el mundo. Políticos, artistas, arquitectos, pusieron el grito en el cielo. Y por razones muy diversas. Algunos apuntan a los problemas de tráfico y estacionamiento que la mentada Torre puede causar. Otros, a la manera lastimosa en que ofende a la estética citadina un edificio tan grandote y tan feo. Los vecinos de la obra putativa reclaman que a ellos nadie les ha pedido su opinión. No faltaron quienes se sacaron de la manga que por el rumbo hay edificios de importancia histórica, incluida una gasolinera que tiene años abandonada.
Aquí lo interesante es que el jefe de Gobierno capitalino Marcelo Ebrard se ha puesto del lado de los promotores del rascacielos. Sobra quien sospeche que ese apoyo se debe a que algunos de los futuros constructores han sido muy… digamos… amigables con los gobiernos perredistas capitalinos.
La polémica no parece abatirse con el transcurso de los días. Y quizá continúe un rato más. Lo que cabe apuntar es que, en muchos países del mundo, se ha puesto un tope a la altura máxima que puede tener un edificio y se prohíbe la erección de otros más altos. Y ello por razones no sólo urbanísticas y estéticas, sino de convivencia social. En una ciudad tan deshumanizada como la de México, habría que echarle un ojo a esa simple, pero tan importante cuestión.