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El comentario de hoy

FRANCISCO AMPARÁN

Cada verano es el mismo fandango: cientos de miles de egresados de preparatoria presentan exámenes para ingresar a las instituciones públicas de nivel superior. Debido a limitaciones inherentes a cualquier institución humana, decenas de miles de ellos son rechazados. Y suele ocurrir que muchos de esos rechazados se levantan poco menos que en armas para ser admitidos. Poco importa que no hubieran podido demostrar que estaban capacitados para el ingreso. Tampoco parece importar que la saturación de las aulas va en detrimento de todo el mundo: de los estudiantes, del sufrido claustro magisterial, de las instalaciones físicas y del mercado de trabajo. No, se supone que un estudiante universitario en cada hijo te dio… aunque con frecuencia esos hijos de la Patria sean incapaces de hilar dos ideas coherentes y no hayan terminado más de dos docenas de libros desde que (en teoría) aprendieron a leer.

Por supuesto, este fenómeno no ocurre en otros países; especialmente en los desarrollados, quien ingresa a una institución superior debe ser toda una chucha cuerera, como dicen en mi rancho. ¿Por qué? Porque los estudios universitarios son carísimos y cualquier merma en la calidad del estudiantado manda al demonio muchos esfuerzos, equivale a echar millones de pesos al excusado. De manera tal que sólo los mejores alcanzan grados universitarios. No sólo eso: las mejores universidades ponen estándares altísimos y el que no les llega, sencillamente tiene que buscarle por otro lado.

Además y esto siempre hay que decirlo, en los países desarrollados la educación superior no es gratuita: aunque sea poquito, pero todo el mundo ha de sacrificarse para poder recibir esa oportunidad. Cuando uno cuenta, por ejemplo, en Canadá, que en México hay universidades que cobran al año el equivalente de tres dólares canadienses; en las que los estudiantes pueden pasarse en las aulas hasta catorce años como Lopejobradó; y en la que se arman huelgas de meses y meses para impedir que haya colegiaturas voluntarias, con las que el que quiera pagar, que pague según su capacidad y conciencia, sencillamente no lo pueden creer. Se le quedan viendo a uno como si estuviera loco. La única defensa es, por supuesto, decir que es el país el que está orate, desperdiciando de esa manera los pocos recursos con que cuenta.

Para colmo, el tratar de ponerle racionalidad al asunto suele considerarse políticamente incorrecto. Cualquier sugerencia de cordura es vista como un ataque a la universidad popular y no falta el botarate que hable de los intentos de privatización de la UNAM… como si alguien fuera tan osado como para querer regentear ese alacranzote como institución privada. Sí, tú, cómo no.

Mientras tanto, los niveles de educación se van deteriorando y la productividad del país desciende cada año más escalones. Pero eso sí, ¡hay que admitir a los ineptos! Total, que somos los ciudadanos los que pagamos las vacaciones de esos fósiles…

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