El hispano que había llegado más alto en la jerarquía del Gobierno de Estados Unidos acaba de tener una estrepitosa caída. El día de ayer, Alberto Gonzales (así lo escribe él) renunció en Washington a su cargo de procurador general. Ni siquiera su cercanía con el presidente Bush logró salvarlo de la tormenta que finalmente lo forzó a abandonar su posición.
Gonzales estaba en una posición precaria desde hacía buen rato; y los legisladores demócratas ya lo traían en jabón, como se dice en mi pueblo, desde hacía meses. Para algunos observadores, su renuncia de hecho se tardó más de lo debido.
¿Qué había hecho Gonzales? En primer lugar, deberle su puesto a la amistad de años que ha tenido con la familia Bush. Cuando fue nombrado procurador general, no faltaron los malhoras que afirmaron que, habiendo hombres y mujeres mucho más capaces, Gonzales se había embolsado la chamba por su fidelidad al presidente, a quien ha ayudado desde sus tiempos de gobernador de Texas.
Otro prietito en el arroz de Gonzales fue cómo trató de justificar las torturas de Abu Grabhi con tecnicismos de leguleyo de rancho. Que el fiscal de rango más elevado anduviera con chicanadas para defender lo indefendible, y de cara al mundo además, dejó muy mal sabor de boca entre los defensores de los derechos humanos y no pocos legisladores, demócratas y republicanos.
Otro paso en falso fueron sus declaraciones respecto al uso y abuso del espionaje electrónico dirigido al público norteamericano común y corriente. De nuevo, que el principal abogado de la nación anduviera buscándole tres pies al gato para torcer la Ley no fue nada bien recibido. Además de que surgieron sospechas de que, al respecto, había mentido propositivamente estando bajo juramento. Un delito que se llama perjurio.
Pero la gota que derramó el vaso fue cuando, el año pasado, ordenó la remoción de nueve fiscales federales sin ninguna justificación clara. La sospecha era que habían sido despedidos por motivos políticos, al no seguir la agenda que la Casa Blanca quería. Y estalló el escándalo: la separación de poderes en los Estados Unidos es cosa seria; la independencia del Poder Judicial, más seria todavía. Andar metiendo las manotas en esos ámbitos por cuestiones partidistas es un insulto a la letra y el espíritu de la Constitución. ¡Y eso era lo que estaba haciendo el procurador general!
Si duró tanto pese a las críticas y acusaciones, fue porque Bush lo defendió a capa y espada. Lo siguió haciendo incluso ayer, cuando dijo que el nombre de Gonzales había sido “arrastrado por el lodo”. Curiosa manera de explicar una renuncia ampliamente esperada. En todo caso, y como habíamos dicho en este espacio no hace mucho, el tonto del pueblo que despacha en la Casa Blanca se va quedando cada vez más solo.