Las minirreformas de los enanos intelectuales
La inepta clase política de este país se la pasa discutiendo reformas que, a la hora de los trancazos, resultan tan pequeñas y limitadas como la inteligencia y dignidad de nuestros legisladores. Lo más impresionante es la cantidad de tinta y saliva que se gastan dándole vueltas a asuntos que, bien mirados, deberían haber quedado resueltos no desde hace lustros, sino décadas.
Ejemplo típico es la mentada reforma electoral que hoy en día ocupa los días y neuronas del preclaro Congreso mexicano.
Se ha planteado una y mil veces que, si se quiere hacer responsables a los legisladores ante la ciudadanía que los escogió, no hay manera más simple y directa que aprobando la reelección inmediata de los mismos. De esa manera, los senadores y diputados, si quieren mantener sus jugosas prebendas, tendían que pensar primero en sus electores y después en la dirigencia de su partido. Hoy en día, los legisladores sólo atienden a lo que dicen sus respectivos liderazgos partidistas… porque a ellos les deberán futuras chambas. Por ello pueden darse el lujo de no poner las patas en el distrito por el que en teoría fueron electos. Si no hay que darle satisfacción a los ciudadanos, sino a la dirigencia, entonces ni para qué molestarse.
Pero ¿saben qué? En la minirreforma propuesta, la reelección consecutiva de los legisladores ni siquiera está esbozada. Una idea relativamente simple y obvia y cuya necesidad pocos cuestionan, ha quedado fuera. Los partidos quieren seguir siendo los dueños del balón y quedarse con todas las canicas, siendo los únicos depositarios del poder real sobre el Poder Legislativo. Y que al país se lo lleve el demonio.
Asimismo y como forma de reforzar su monopolio del poder, la minirreforma no contempla ningún tipo de posibilidad a las candidaturas independientes. O sea que en este país, si se quiere ser representante popular, se tiene que ser postulado por alguno de los desacreditados, detestados, despreciados partidos que tenemos.
Recordemos que, desde hace ya buen rato, los miembros del Congreso encabezan todas las encuestas en cuanto a mala imagen entre la ciudadanía. La gente les cree menos a los diputados y senadores que a cualquier otra entidad pública. Y pese a ello, los legisladores actúan como si fueran próceres cuyas brillantes ideas merecieran ser veneradas por los ciudadanos que tienen la dicha inmensa de haberlos escogido.
La realidad es que nuestra clase política en general y la mayoría de los legisladores en lo particular, son auténticos enanos intelectuales, incapaces de ver más allá de sus narices, partidos e intereses y claramente ineptos para conducir a este país hacia el futuro. Y en esas incompetentes, sucias manos, estamos.