Preguntas incómodas
Este día se cumplen 160 años de lo que se da en llamar “gesta heroica” y no es otra cosa que una derrota. Supongo que si hubiera sido una victoria, nadie hablaría de héroes, ni de heroísmos. Pero en este país tenemos la necia costumbre de ensalzar y recordar a los vencidos, a los perdedores. En México, para tener nombre de calle, resulta casi imprescindible haber sido asesinado, fusilado, traicionado… haber fallado, pues. Y ésos son los ejemplos que les damos a nuestros niños: aquí lo importante es ser vencido. Eso sí, muriendo heroicamente. Y así queremos que las próximas generaciones sean triunfadoras.
En el caso concreto de la Batalla de Chapultepec se hace mucho énfasis que adolescentes de quince, dieciséis años (que difícilmente pueden catalogarse de niños), defendieron infructuosamente el castillo contra un enemigo llegado de ultramar y perdieron la vida haciéndolo. Para colmo, se inventó el mito del suicidio de Juan Escutia envolviéndose en la bandera, poniéndolo de nuevo como ejemplo de lo que uno debe hacer por la Patria.
Pero por encima de tanta retórica vacua, de la que se alimentan no pocos discursos oficiales, habría que hacerse algunas preguntas pertinentes. Preguntas que, ciertamente, resultan incómodas y por ello son usualmente soslayadas. Pero que considero deben hacerse una y mil veces hasta que sean respondidas y nos den luz sobre qué hay que hacer en el siglo XXI.
Lo primero que habría que cuestionarse es por qué los norteamericanos tenían la ventaja si estaban a miles de kilómetros de sus bases de aprovisionamiento. ¿Cómo es posible que los gringos fueran superiores, si se hallaban en el corazón del país enemigo? ¿Cómo pudieron llegar a la capital del país, si sus efectivos no sumaban más de nueve mil personas… la mitad de la alegre concurrencia del Estadio Corona (aunque más sobrios, eso sí)? ¿Se puede derrotar a un país con la mitad del Estadio Corona?
Si alguno de mis amables lectores ha subido a pie la rampa que lleva al Castillo de Chapultepec, seguramente recordará la bofeada que se puso. Y uno se pregunta, ¿cómo es posible que los americanos hubieran tomado por asalto una posición tan fácilmente defendible? Digo, era cuestión de tirar para abajo, a un enemigo que tenía que trepar penosamente bajo fuego. Entonces, ¿qué pasó?
Y claro, ¿alguien se ha puesto a pensar qué ideas le damos a nuestros niños poniendo como supuesto ejemplo a un soldado que hizo lo peor que puede hacer un combatiente, que es suicidarse en pleno combate? ¿No era la misión de Escutia matar gringos en vez de matarse a sí mismo? Más aún, ¿no sería mejor decirle a los muchachos que a Juan Escutia hay que recordarlo por otra cosa, ésa sí verdadera y mucho más digna: que, habiendo sido expulsado del Colegio Militar por indisciplina, ese día regresó a pelear y morir con sus ex compañeros?
Pero en este país nunca hacemos las preguntas correctas. Y por eso más de siglo y medio después seguimos sin encontrar respuestas.